Habiendo leído las reseñas en los diarios capitalinos sobre el contenido del libro titulado “Trujillo, Mi Padre”, sorprende la desfachatez de la autora, así como la “aparente” ingenuidad de los promotores.
Se trató de crear por anticipado expectativas favorables, al publicarse por Internet el 20 de noviembre de 2009 en un artículo titulado “Está en imprenta libro Angelita Trujillo” lo siguiente: ………“La fuente fue muy explícita en señalar que se trata de un libro de corte académico, de más de seiscientas páginas y con decenas de fotografías inéditas de la familia Trujillo”.
Lo de las fotografías bien, pero lo de “corte académico” fue una burla.
No es la intención del suscrito añadir a las críticas y rechazo al libro ampliamente expresado en los medios de comunicación, y por consiguiente este escrito se concentra en sustentar la necesidad e importancia de recoger datos veraces para registrar de manera imparcial hechos históricos. Algunos opinarán que la sociedad Dominicana está saturada de libros sobre un tema que en los últimos tiempos abunda en nuestras librerías. Otros afirmarán que todo lo trascendental sobre el personaje central de esa inolvidable época dictatorial ya está escrito, y por lo tanto es poco lo que se puede añadir.
Sin embargo, mi experiencia me obliga a creer que obras sobre determinados personajes o datos históricos con contenido diversos de diferentes fuentes; recogiendo vivencias de los propios autores relacionados con esos seres o con los hechos relatados; o simplemente nuevos enfoques o detalles inéditos; amplía los registros sobre épocas pasadas enriqueciendo el conocimiento de las generaciones presentes y futuras sobre los acontecimientos y sus correspondientes protagonistas, que de alguna forma forjaron su existencia y la de sus antepasados.
Se reconoce que hay hechos y épocas dolorosas, particularmente aquellas de las que aun hay sobrevivientes que los pueblos desean olvidar, pero los sucesos y sus protagonistas son indelebles. El rechazo a tratar temas que producen recuerdos penosos para muchos, es comprensible, pero la historia se fundamenta en hechos reales y por eso es esencial que la escriban los que la vivieron para que compartan sus experiencias con aquellos que también existieron en esas épocas. No tiene sentido esperar que generaciones futuras recolecten las experiencias de sus antepasados; a ellos le corresponde registrar las suyas propias.
Como no existe un solo punto de vista y los seres humanos tienden a relatar los hechos influenciados por su formación, experiencias y emociones, se requiere de diferentes versiones, algunas veces opuestas y llenas de pequeños detalles que muchos pueden considerar irrelevantes, pero que en conjunto representa el cuadro tridimensional que permite crear el realismo necesario para un mayor entendimiento. No se trata de juzgar a los autores ni la calidad retórica de los escritos, se trata de que el contenido sea autentico, reconociendo que puede sufrir cierta distorsión por la influencia de la personalidad del autor; sus preferencias políticas; nacionalidad, religión; experiencias y sus vínculos directos con los hechos relatados.
Al plasmar sucesos muchas veces desconocidos, se amplía la historia y prospera el patrimonio de los pueblos. Aquellos que se atreven a escribir sobre el pasado de nuestro país, asumen la responsabilidad de contribuir a que tanto sus compatriotas contemporáneos como las generaciones futuras adquieran conocimientos de acontecimientos que de alguna manera impactaron directa o indirectamente en su cultura.
En resumen, se trata de contribuir a que nos conozcamos mejor, algo esencial para destacar y mantener la esencia de la Nación que en nuestro caso podemos definir como “dominicanidad”, ese elemento fundamental que nos distingue como país. Es precisamente por eso que toda nueva obra que ofrezca nuevos elementos genuinos del pasado, debe ser acogida con beneplácito.
Y ahí precisamente está el pecado imperdonable de la señora Trujillo que quiso tergiversar la historia con burdas difamaciones, reabriendo heridas en el pueblo dominicano muy profundas y aun sensibles al dolor, con el solo propósito de reivindicar lo irreivindicable. El contenido del libro pierde su anunciada esencia histórica, y se convierte es un instrumento de grosera propaganda barata; ofensiva y de mal gusto en favor de un personaje y una época que solamente muy pocos dominicanos añoran, entre los cuales sobresale por razones obvias la propia autora.