Diálogo con el sacerdote Juan Luís Lorda
Néstor: En algunos hombres el egoísmo ha creado un descuido en la salud y educación pública. ¿Cómo se puede eliminar esta mediocridad espiritual creadora de males sociales y crecer en el sentido del deber?
Lorda: En la medida en que la inteligencia se desarrolla, comienza el conocimiento objetivo, y comienza a notarse la llamada de las cosas: empieza la vida moral.
Mientras lo característico de la edad infantil es su inevitable egoísmo, lo propio de la madurez es la aparición del sentido del deber. La conducta deja de estar guiada por los propios gustos, para dejar espacio a las exigencias que impone la realidad. Madurar supone que los deberes ocupan un lugar cada vez más importante. Es signo de madurez, en cambio, que se mantenga el egoísmo infantil, que la conducta siga centrada exclusivamente en la búsqueda de los propios bienes.
El egoísmo de los niños es inevitable y disculpable, pero el egoísmo de una persona físicamente madura supone un desajuste en su personalidad: ha madurado su cuerpo pero no ha madurado suficientemente su espíritu. Es como si la inteligencia no hubiera llegado a funcionar del todo bien, por lo menos en el campo de la conducta, como si se arrastrara una forma de conducta que pertenece a la edad infantil. Vivir centrado en uno mismo es vivir de un modo incoherente con la posición que le corresponde al hombre en el mundo.
La madurez requiere una autentica conversión intelectual y moral. La conducta debe pasar de ser guiada por los impulsos a ser guiada por la razón. Hay que aprender a regular las tendencias instintivas, egoístas y egocéntricas- El mundo de los gustos y deseos-para dejar espacio a la realidad-el mundo de los deberes-La madurez requiere y supone la capacidad de pensar la cosa en términos objetivos: requiere la costumbre de pensar en lo que nos rodea, especialmente, de pensar en nuestros semejantes, de pensar en los demás.
Mientras no se llega a esto, no se supera el egoísmo y la conducta queda prácticamente fuera del ámbito de la moral, que es lo mismo que decir que no es propiamente humana: en realidad, permanece con el modo de conducta propio de los animales. El egoísmo pervive cuando se introduce la costumbre de guiarse por el sentido del deber.
Aprender a oír la voz de los deberes es una tarea para toda la vida; quizá la conversión más importante de toda, la que nos constituye en seres morales. El egoísmo no se supera sin esfuerzo y tiende a reproducirse continuamente, aunque se haya superado en otras épocas de la vida. Tenemos una inclinación permanente a vivir centrados en nuestro yo, pendiente de los propios bienes. Si no se pone un esfuerzo constante para situarse objetivamente en el mundo, fácilmente la conducta queda dominada por los propios instintos. Continuaremos.
El autor es Vicealmirante (R), Marina de Guerra