La noticia acerca de los trajecitos para bebés que estarán próximamente en los mercados, mueve esta reflexión.
No se trata de “trajecitos” normales, sino de unos muy especiales que sirven para conocer si al bebé le ha subido la temperatura, o sea, si tienen estado febril.
También han pasado a un segundo plano, y hasta se han pospuesto por “carencia de tiempo”, esos preciados momentos en que se cargaba al bebé y se le dormía con canciones de cunas o de nanas, como también se le conocen.
Virginia Satir, reconocida psicoterapeuta norteamericana, dijo en una ocasión “que necesitamos cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para mantenernos sanos y doce para crecer”.
Lo que Koldo Aldai denomina , “pandemia solitaria”, tiene que ver,
según su propio concepto y hasta sus mismas palabras, con esa realidad de no desear “que el miedo siga escribiendo la historia humana. Triste futuro si la otra piel nos resulta extraña, si los cuerpos se temen y rechazan, si el abismo se instala”.
En hospitales donde intentan salvarse o, al menos, mejorar su estado, reconocidos galenos recomiendan “dosis mayores de afectos” para sus pacientes. Sobre todo si se trata de menores, aunque, claro está, el amor no tiene edad, ni tamaño, ni sexo, ni absolutamente nada que no sea la gran necesidad de que exista y nos permita evolucionar como raza humana.
A veces, en momentos de amenazas de virus, se recomienda no acercarse los uno a los otros, tomando las medidas de higiene necesarias. La cercanía de los seres amados y otras personas que convergen en caminos comunes, resulta imprescindible.
Aldai lo describe con magistralidad: “Si las epidermis se rehúyen, estamos acabados. El único virus en verdad alarmante es el de la histeria colectiva y su primo el individualismo (…) La única enfermedad fulminante es ese alejamiento, ese desafecto del ser humano con su congénere, con el hermano animal, con los demás reinos de la vida, con la Madre Tierra.
De manera que, ¡abracémonos!, que el amor conserva y salva.