El venezolano, naturalizado dominicano, Eduardo Scanlan, al que el colega Oscar López Reyes, presenta en una publicación reciente, como el primer mártir de la prensa dominicana, no merece ni por asomo tal calificación.
Se trataba de un ser bohemio, agresivo y provocador, que salió de Venezuela, por allá por el 1886, por supuestos conflictos políticos con el presidente Antonio Guzmán Blanco, pero parece que también pesó en su salida el mismo problema que le causó la muerte en Santo Domingo, su patológica obsesión por las mujeres ajenas, y cuando mas ramos pendieran sobre los kepis de los maridos, mejor.
Antes de venir a Santo Domingo, convocado al campo del honor, le dio muerte al general J M Barceló, a la razón presidente de la Cámara de Diputados de Venezuela.
El honor que Eduardo Scanlan pretendía mancillarle de la forma más desenfadada, el general Santiago Pérez, no se lo debía a nadie, lo había conquistado a base de coraje en la manigua, primero al lado de Cesáreo Guillermo y después con Ulises Heureaux. En el momento en el que se le alborotó la sangre y se decidió a acabar con la burla, se desempeñaba como diputado por Samaná.
El venezolano, no solo le proporcionaba caricias a la mujer de Pérez, que éste supuestamente no le prodigaba, sino que además lo pregonaba y lo incluía en poemas y canciones, pero, no conforme con eso, pasaba cada tarde por la residencia de la pareja, a silbar a la señora, quien, cuando podía, se aproximaba a la ventana a recibirles flores, poemas y canciones.
Don Rufino Martínez lo resume: “Eduardo Scanlan, espíritu trovadoresco y flor de la jácara, que, enamorado de la mujer de Pérez, se puso a encenderle de ilusiones el corazón, entonándole en serenatas dulces canciones, entre las que compuso una elogiosa y con ruegos amatorios”.
Un compatriota de Scanlan, Horacio Blanco Bombona, que ejerció el periodismo en la República Dominicana de forma tan honorable, que le ganó su expulsión del país sus escritos contra la primera intervención estadounidense, cuenta el incidente:
“Pérez vivía en la calle Colón, la misma donde trabajaba el venezolano, empleado de la Gobernación. Cuando pasaba frente a la casa de la amada, silbaba y ella aparecía en la ventana. Una vez no salió ella sino un tiro de rifle disparado por el esposo. Scanlan disparó su revólver, pero sin puntería. Estaba mortalmente herido”.
Desde 1847 hasta su abolición en 1924, regía la pena de muerte en la República Dominicana, y siendo el general Pérez por su condición de diputado, justiciable privilegiado, fue juzgado por la Suprema Corte de Justicia, que lo condenó a muerte, pese a la insuperable defensa del jurista Félix María del Monte. Tampoco valió el recurso de gracia interpuesto ante el Consejo de Secretario de Estado. ¿La razón? Cuenta Fombona que “Pérez… se dejaba halagar por quienes soñaban en oponérselo al tirano.
“El Presidente influyó en los tribunales y Pérez fue condenado a muerte. Lilís, como de costumbre, se mantuvo sordo a las peticiones de clemencia”. Lo mataron el 4 de mayo de 1887.
Narra Rufino, que circuló una hoja suelta, dos horas antes del fusilamiento, su noble despedida de los amigos, las personas que intercedieron, y del pueblo de Samaná, al que agradecía por su aprecio y admiración.