Cuando leí el libro “Moral- Arte de Vivir”, varias veces me detuve a meditar, veía el drama que padecemos por las malas acciones de funcionarios públicos. Sé que se pueden cortar de raíz las corruptas acciones de quienes no siguen el camino recto.
Ese es el pozo ciego de las perversidades entronizadas en esta sociedad corrompida por la desenfrenada malversación de los fondos del erario público. Vivimos una total ausencia de la esencia de la vida, por la cual debemos transitar para convertir este discernir de banalidades y cosas superfluas en amor y utilidad para todos.
Han transcurridos 57 veranos, mantengo vivas las tardes en la biblioteca pública en la calle Antibes, Cannes, Francia. Leyendo el libro “Meditaciones sobre el Evangelio”, escrito por el arzobispo José Benigno Bossuet fui seducido por la precisión del lenguaje, la claridad expositiva, su originalidad, el lirismo del pensamiento vigoroso y profundo. Siempre he creído que mi alma se benefició de la oratoria, de la palabra divina de dicho prelado, cuya plegaria se gravó en los rincones de la mente.
SEÑOR, NO ESTAMOS CONFORME CON NOSOTROS MISMOS. QUICIERAMOS PASAR POR LA EXPERIENCIA TRANSFORMADORA DE UNA VIDA INUTIL A UNA DE PROVECHO Y UTILIDAD. DESPIERTANOS Y MUEVENOS PARA QUE AHONDANDO EN NUESTRO PROPIO SER, MEDIANTE TU DIVINA GRACIA NOS CONVIRTAMOS EN FUENTES QUE SALTEN PARA VIDA ETERNA.
Vivo aprendiendo dos lecciones: aprender a amar y aprender estudiar para conocerme y así conocer a los demás. Si mi alma está sana y vigorosa, el lenguaje es robusto, amistoso, entregado a los demás, pero si ella se enferma todo el resto sigue a su caída. Vivir pendiente para controlar las pasiones y no ser empujado como una marioneta en las manos de sus deseos.
El hombre paga el precio por el drama de su vida, no existe ninguna avaricia sin castigo, por más que bastante castigo es ella misma. Debe añadir las inquietudes de cada día que tortura a cada uno según la medida de sus bienes. El dinero se posee con mayor tormento que se gana.
La honradez otorga aquella cosa que se considera la mayor de todas: no se arrepiente jamás de sí mismo. A esta felicidad tan sólida ninguna tempestad social puede hacer vacilar.
Agradezco a Dios mis imperfecciones, al acostarme hablo con él y sonrientes nos despedimos. Al despertar me esperaba, sonrientes nos abrazamos y comenzamos la nueva vida. Ven, que no estamos solos ni huérfanos, somos hijos de su amor que vive en nuestro interior.
El autor es Vicealmirante (R), Marina de Guerra Dominicana