Una reflexión de los empresarios de la mueblería nos llamo poderosamente la atención. Estos empresarios hablaron de una reingeniería de la profesión y de la necesidad de una mejor educación de los ebanistas para ser competitivos.
El tema nos motivo por nuestra pasión por las antigüedades. Se vendían en la casa de Tony, el viejo anticuario de la zona colonial, en el parquecito Montesino y en las calles de Gazcue. Eran baratos, porque ya “habían pasado de moda” y casi nadie, lo apreciaban a pesar de su buena factura, formas originales, su madera preciosa, su sobriedad, sus líneas insuperables y brillo permanente.
Sabemos que hasta principios de siglo XX, la mayoría de los muebles eran importados. En el país existía solo, un estilo de mueble dominicano: el campesino como lo era la mayoría del pueblo dominicano.
Su diseño era sencillo, las formas no eran rebuscadas, no eran ergonómicos, como dice el pueble “eran duros” pero se elaboraban con paciencia, con los saberes locales y con materiales criollos: pino, guano y pieles.
En la capital, Santo Domingo, otra moda se imponía. Las casas se adornaban de caoba, Trujillo, seguramente, había contribuido en dar la nota y en crear un elemento de la cultura dominicana: su ebanista predilecto, el español Pascual Palacios realizaba muebles extraordinarios de caoba, reinterpretando el estilo renacentista español con el criollo. Las fabricas de muebles de caoba, se multiplicaron en Santiago, en San Pedro, Puerto Plata y Montecristi. ¿En que se fallo?
Las tradiciones existen para seguirlas y para reinterpretarlas porque ningún pueblo puede patalear sus activos ni vivir solo del pasado. Esa tradición es el estamento, sobre el cual, nuestra industria del mueble debió desarrollarse y re- interpretar los elementos de la cultura actual para adaptar formas, materiales y las modas, a su producción.
Por el desprecio a la tradición, por falta de educación y por espejismo y transculturación, hoy la clase media compra muebles importados que nada tienen que ver con nuestro clima y nuestras tradiciones.
La industria local merma por falta de competitividad es decir por falta de cultura, identidad, aprecio y respeto a lo local, que un día llamaremos sin dudas, “lo dominicano”.