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España en la sangre

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Ese furor por España que el Mundial de Fútbol ha terminado colocando en su máxima expresión entre los habitantes de los pueblos caribeños y, en especial, entre los dominicanos, no es cosa ociosa ni nueva, expresa un sentir aprisionado por siglos en la psiquis criolla.

Durante los primeros 132 años que siguieron a la aparición accidental del almirante Cristóbal Colón, el ser nativo no había experimentado ninguna otra mescolanza que la española, por lo que se desarrollaron generaciones de habitantes que eran encaste de españoles con negros, de negros con indios, de indios con españoles, de negros con negros, de blancos con blancos, pero al fin, todos culturalmente españoles.

Cuando otras potencias europeas decidieron atacar a España por su flanco más débil, los que le hicieron resistencia fueron esos descendientes de esclavos negros e indios, que sentían que su sociedad era la de sus amos. Se unieron a los pocos soldados españoles e impidieron el arrebato, que sólo se hizo posible en las islas deshabitadas. Tan españoles se asumían, que nos legaron la piel anochecida, que como muy bien lo consigna el profesor Juan Bosch, en su obra “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”, “Al conocerse en Santo Domingo que España había cedido a Francia la parte española de la isla –lo que se hizo mediante el Tratado de Basilea, el 22 de julio de 1795- una negra nacida en el país murió de impresión al grito de ‘¡Mi patria, mi querida patria’. No puede haber duda de que al decir mi patria aludía a España”.

El dominicano era un español muy particular, quería a España, pero era distinto.

Es cierto que, excepción hecha de Juan Pablo Duarte y algún que otro trinitario, la visión de independencia no existía sin un protectorado. Núñez de Cáceres, procuró sin éxitos el de la Gran Colombia, regenteado por Simón Bolívar, pero los sectores con mayor poder anhelaban el protectorado español, porque de lo que se trataba era de desembarazarnos de los “Mañeses”, como nombraban a los haitianos.

Lo que procuraron la anexión, incluido su principal gestor, siño Pedrito, de El Seibo, entendían que no sería más que el reencuentro de los dominicanos, con sus verdaderos sentimientos, pero el veredicto de la historia probó la equivocación.

Los motivos los expone Frank Moya Pons en su “Historia del Caribe”: “Tan pronto como los funcionarios españoles llegaron a Santo Domingo descubrieron que el pueblo que ellos debían gobernar no era tan hispánico como habían asegurado. La población era mulata en su mayoría y sus costumbres diferían notablemente de las españolas después de varios siglos de aislamiento, sobre todo después de 22 años de convivencia con los haitianos y otros 17 de vida independiente.

“De inmediato empezaron a manifestarse las diferencias entre los españoles y los dominicanos: comenzó la segregación racial; el gobierno español no aceptó los rangos militares de los oficiales del antiguo ejército republicano; el papel moneda no fue redimido de inmediato; y las tropas abusaron de los campesinos”.

Algo nos enseñó la anexión, derrotada en base al coraje del machete: queríamos a la madre, pero que ya nos sentíamos adultos, como para vivir sin su tutelaje.

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