No se trata sólo de la República Dominicana, sino de una buena parte de los pueblos de la región, cuyos Objetivos de Desarrollo del Milenio, fijados para 2015, no se cumplirán, a menos que los países más desarrollados respondan a los requerimientos para reducir la pobreza extrema en el mundo y los propios gobiernos de los territorios más pobres desarrollen “milagrosos” programas para enfrentar el hambre que ha impulsado la recesión económica, la crisis alimentaria y el cambio climático que sufre la humanidad.
No es noticia que en el mundo existen alrededor de 1.017 millones de hambrientos, de los cuales, se plantea que 642 millones son de Asia y el Pacífico; 265 millones de África, 42 millones de América Latina y el Caribe y 15 millones de los países desarrollados. O sea, que una de cada seis personas padece hambre en el mundo.
De manera que el número de hambrientos aumentó en 105 millones en 2009, con respecto a 2008.Sin embargo, hay muchas otras causas de muertes, como señalan algunos especialistas, que no se relacionan con la carencia de alimentos solamente, sino por las exclusiones de que son objeto los seres humanos.
Aún cuando sea Haití el país más afectado en América Latina y el Caribe, es innegable que en otros territorios aledaños, como es el caso de la República Dominicana, este doloroso flagelo ha aumentado en el actual año. Se habla de la incidencia de las inversiones en el sector agrícola, el encarecimiento de los alimentos y la crisis económica en general, con las consecuentes disminuciones de las oportunidades de empleos y, obviamente, de los ingresos de las familias.
Destacados medios de prensa en América Latina destacan el concepto de que “el problema no es la escasez de alimentos, sino el acceso a ellos”.
El ejemplo de Brasil puede ser imitable, en la medida que enfrentó la pobreza y diminuyó considerablemente el número de hambrientos; pero, sin duda se precisa de una política mundial de seguridad alimentaria donde participen tanto los países desarrollados como aquellos en desarrollo. Apenas queda una oportunidad para salvar esa mayoría sin la cual la minoría tampoco podrá subsistir.