Miriam Brito y Martina Hernández saben que violencia no puede remediarse con violencia. Son muy tristes los destinos que corren las vidas, las suyas propias, las de sus hijos, familiares y ese difícil “levantarse” y lograr un sitio en la sociedad, sin ser señaladas, intentando pasar inadvertidas, pensando en un puesto de trabajo o en estudiar una carrera universitaria. Sencillamente, en seguir adelante…“Pero, ¡qué difícil y cuántas amarguras…!
A Miriam Brito, la encontramos durante la movilización de mujeres y hombres este 25 de noviembre, empeñados en sensibilizar a gobernantes e instituciones políticas y sociales en la lucha contra la violencia femenina. Su estado emocional impidió que pudiéramos conversar un rato sobre esta entrevista.
Estaba muy triste. Es que, cada 25 de noviembre significa para ella un toque en el lado oscuro de su corazón y su mente. Fue en fecha similar, del año 2003, que Miriam Brito confiesa haber encontrado herido de muerte al hombre que durante decenas de años la sometió a una escala ascendente de maltratos, a ella misma y a sus cinco hijos, frutos de ese matrimonio.
Para los lectores de DominicanosHoy accedió a hablar Miriam Brito:
– ¿Qué ha sucedido después que salió en libertad, con relación a sus hijos, la sociedad?
“Ha sido muy difícil. Soy una mujer que durante mi matrimonio, desde los 14 años y más de veinte de casada, nunca hice estudios, ni tuve participación en los negocios, en nada. Luego de la trágica muerte de mi esposo, José Castro. Mis dos hijos mayores, la muchacha del servicio y yo fuimos sancionados, hasta que las pruebas dieron como resultado mi inocencia y quedaron en prisión la doméstica y mis dos muchachos, quienes tuvieron que cumplir dos años cada uno, aunque yo los considero también inocentes.
“No obstante, la familia de Castro abrió el caso en contra mía. Volví a la cárcel, pero las pruebas dieron negativas y quedé en libertad por segunda ocasión. El caso siguió con Deidania González, la joven del servicio. Yo continué asistiendo a las audiencias de ella y de pronto surgieron nuevas acusaciones, cuando yo ya no lo esperaba. Ni se tuvieron en cuenta las primeras declaraciones, las que me habían sacado en limpio.
“Se escucharon otras versiones que hicieron que me condenaran a veinte años de cárcel y a Deidania González a treinta años. Todo esto ocurrió fuera de jurisdicción, lo cual resultó irregular. Mi marido había muerto en San Cristóbal y allí no se me pudo comprobar nada; entonces fui sancionada en Santo Domingo, en agosto de 2006, tres años después de concluido el caso. Me detuvieron el 8 de enero de 2007. Once meses y días estuve en el centro de reclusión de Najayo”.
– ¿Siente aún temor de que quienes le acusaron entonces puedan seguir imputándola? ¿Se considera socialmente protegida?
“He tenido cuidado, más que conmigo, con mis hijos. Desde el principio supe que existían actuaciones no sentimentales, sino materiales, por parte de la familia de mi esposo. En los días que me detuvieron, al principio, fui despojada de vehículos y bienes materiales. Siempre vi, más que todo, un interés económico.
“Sostengo que soy inocente de la muerte de mi marido, porque lo soy. Tengo una tranquilidad interna y doy gracias a Dios de no tener culpas. Desde el principio di muestras de querer denunciarlo por todo lo que hacía a nuestros hijos y a mí. Pero, yo no quería ejercer la justicia con mis manos.
“No tengo miedo, ni me siento insegura. Se que un día, si me pasa algo a mí será injusto, porque yo no fui la responsable de la muerte de Castro”.
– ¿Qué pudo ocurrir para que la muchacha del servicio tomara el ajusticiamiento por sus manos?
“Yo nunca he desmentido las declaraciones de la muchacha del servicio. No contradigo sus palabras, porque había experiencias anteriores. Por ejemplo, durante mis comparecencias, seis muchachas fueron voluntariamente a decir a la fiscalía que habían sido violadas y perjudicadas por mi marido. Yo, con Deidania González tenía la misma relación que con las anteriores. Llevaba cuatro meses con nosotros. Cuando ella llegó a la casa yo casi no me levantaba de la cama, tenía tratamiento e incluso tomaba indiscriminadamente los medicamentos. Tenía una depresión muy fuerte. Por eso nunca he dicho si la declaración de ella es cierta o falsa.
“Se que Castro tenía muchos problemas para pagarle a las trabajadoras. Pero, yo no tenía control sobre el personal de servicio. Mi unión con mi esposo era algo enfermizo, yo no podía preguntar, ni decidir nada…”
– Estamos hablando de un período de matrimonio durante el cual usted hizo 117 denuncias en 18 años, según se ha constatado en las investigaciones…
“Vivíamos en San Cristóbal, pueblo pequeño, donde mi marido tenía mucho poder. Era muy difícil. Escuchaban mis quejas, mis denuncias, es verdad; pero, nadie impulsaba esa querella. Gracias a Dios que después que sucedió lo peor, todo el mundo declaró que eran ciertas. Pero, eso fue después, cuando ya no pudo hacerse nada. Creo que en estos tiempos se han abierto más posibilidades para la mujer que es maltratada, tienen más apoyo.
“Por ejemplo, en una ocasión fui secuestrada por él y me dirigí en Boca Chica al destacamento, lo acusé y el fiscal lo detuvo. ¿Saben qué sucedió? Pues, que al lunes siguiente destituyeron a ese fiscal. Incluso el fue testigo voluntario en mis audiencias. O sea, que no valía que le denunciara. Las entidades lo alertaban a él y aún cuando yo tenía orden de protección, la policía, en vez de protegerme a mí, lo cuidaban a él”.
– ¿Hubo un período de suplicios e indiferencias para usted y su familia?
“Miren, desde el año 0 en adelante, tuve experiencias que me gustaría olvidar… En todo ese tiempo, mi hijo mayor estuvo con las dos manos rotas por la violencia de su padre. A otra de mis hijas le rompió la boca con una patada. Al otro, le dio un palazo por la cabeza. ¿A mí? ¿Qué puedo decirles? Mejor no menciono todo cuanto me hizo. Y siempre se ponía más rebelde después de cada querella.
“Creo que después que la mujer denuncia al marido no puede volver al hogar. Definitivamente, es su muerte segura. Yo incluso tenía planeado ceder una de mis casas en San Cristóbal para mujeres abusadas, porque se que volvemos a los hogares por no tener a dónde ir. Yo misma me preguntaba ¿qué camino tomar con cinco niños chuiquitos? ¿Quién proveía la comida, el agua? A veces salía con tres y dejaba dos en la casa. Pero, tenía que volver, porque son cinco mis hijos, no dos o tres.
“A veces se da el caso en el hogar de que el hombre es buen padre, aunque sea mal marido, o viceversa. Pero, en mi caso, todos éramos afectados y los maltratos eran cada vez mayores”.
– ¿Cómo fue, en realidad, el final de José Castro?
“Yo siempre he dicho que por razones del destino algo hizo que yo no quedara al final, también con esta culpa, porque ya bastante he cargado en mi vida. Fue en el momento en que, por solicitud de él, bajé a prepararle un jugo de chinas que exigía. Eso es lo que me saca de la habitación. Yo estaba en la cocina, distante del sitio donde le dispararon. Asocié las detonaciones que había escuchado con sonidos navideños, dada la época que vivíamos y subí con la jarra y las copas en mis manos.
“Cuando lo vi herido sobre la cama, salí por el vecindario buscando ayuda. Digo, dije y diré que no estaba nadie en la habitación, porque fue así. No puedo acusar a Deidania González, pues no la vi. Ella se confesó culpable. También involucraron a los muchachos, mis dos hijos mayores, pero ese 26 de noviembre del año 2003, lo que sucedió en mi casa, solamente Dios lo sabe”.
– ¿Y tus hijos, cómo les ves después de tan trágico suceso?
“En realidad, ellos estuvieron en un preparatorio y este tiempo les hizo bien. Incluso llegaron a formar parte del cuadro de honor. Ese internamiento les ayudó también a sentir el dolor del otro. En verdad, a mis hijos, económicamente no les faltaba nada. Pero, carecían del amor de su padre y soportaron un maltrato, una violencia constante que les hizo mucho daño. Allí, hicieron cursos y el mayor de todos quedó como voluntario. Ahora maneja el vehículo del minibús. Ese tiempo les aportó en el crecimiento y sus relaciones humanas”.
– Usted, ¿cómo quedó desde el punto de vista económico y de qué manera siente que le ve la sociedad, el barrio, la comunidad?
“Esa supuesta comodidad económica se tradujo en deudas. Nunca tuve amor a nada porque tampoco tenía derecho sobre nada. En cuanto a lo social, hay gente que te apoya y otros que te rechazan.
“La verdad es que son más quienes me apoyan. Trato de ser positiva y de ayudar. En la cárcel, por ejemplo, conocí a Martina Hernández, quien fue mi compañera de pabellón y de penas. Allí agrupamos a más treinta mujeres y les ayudábamos en todo cuanto podíamos. He podido mantener mis valores. “Claro que en prisión se carece de la libertad, que es el mayor don que Dios nos ha dado. Pero, cuando una ve que puede aconsejar a alguien, evitar que una compañera fracase y ayudarle a mitigar su dolor. Cuando eso sucede, tu te das cuenta que puedes llegar lejos si se te da una oportunidad. Hicimos tal trabajo en la prisión, que cuando salí de allí sentí la ausencia de las otras mujeres.
“En la cárcel una intenta buscar apoyo en las otras. Allí me superé. Cuando salí me hice bachiller y mi sueño es poder estudiar derecho, para defender a las mujeres maltratadas de mi país.
“Es falso lo que dijeron alguno medios cuando Castro murió, acerca de que había dejado una fortuna millonaria. En realidad todo está basado en deudas que aparecieron y aparecen, compras fraudulentas; propiedades depositadas en tribunales de tierra, con litis por medio, etc. Me he preocupado por tratar de manejar mi familia, que es lo primero. Yo no tenía experiencia sobre cómo encauzar todo esto. Si digo la verdad, todavía estoy como sostenida en el aire. Para mi Castro era inmortal, nunca le ocurría nada. Tampoco puedo decir que me alegré de su muerte. Era un ser humano. En todo este tiempo he tenido tiempo de meditar y aún sufro y estoy descompensada en muchos momentos de mi vida”.
– ¿Cuáles son ahora mismo las perspectivas de Miriam Brito, sus sueños, objetivos?
“¿Qué deseo hacer ahora? Intento echar la vida adelante. Quisiera estabilizarme, reunir a toda mi familia. Tengo mis dos hijas en los Estados Unidos, porque aquí no las podía tener. No he podido disfrutar de ellos en vida de su padre. Sólo están conmigo los varones. Siento que todos están distanciados, producto de la situación. Quisiera hacerme abogada, como le dije al principio y defender a las mujeres que han sufrido experiencias como las mías. Pero, aún no estoy preparada para entrar en la Universidad. Me gusta mi país, pero siento que debo alejarme un poco, porque les digo de verdad, que nada es más difícil que recuperarse de algo así, muy terrible, se lo aseguro…”.
La historia de Martina Hernández
Ingeniera civil, con un post grado en Administración de la Construcción; madre de tres hijos, dos de ellos del hombre que la maltrató sin piedad y otro de un matrimonio anterior. Martina Hernández confiesa que, aunque pagó a dos individuos para que le hicieran saber a su esposo cuál era el sabor de una golpiza de la cual no podía defenderse, sin que nadie pudiera socorrerle; al excederse estos y provocarle la muerte, no se sintió complacida: “se que la violencia no cura la violencia.
“Estaba cansada de recibir tantos maltratos y abusos. Los niños llegaban llorando y me decían que no aguantaban a su papi. También me desgasté de intentar buscar ayuda entre los más cercanos, porque públicamente sentía vergüenza.
“El era pariente del síndico de La Vega y hacían caso omiso de mis quejas. Le pedí ayuda a sus propios familiares más cercanos, al pastor de la iglesia. ¿A dónde podía ir? Parecía como si todos se avergonzaran y preferían guardar el secreto de los abusos o creerían que después de todo yo me volvería a arreglar con él e intervendrían por gusto. Tal vez debí gritar más. Pero, también le tenían miedo debido a su carácter. Era muy fuerte y agresivo. Cumplí cinco años y tres meses de prisión. Ahí conocí a Miriam Brito”.
– ¿Y ahora?
“¿Ahora? Una de mis hijas no me hablaba. Hace poco nos encontramos y me dijo que sólo necesitaba tiempo para sanarse y perdonar. Después, nos vimos y al menos nos abrazamos y lloramos juntas. Nos reunimos con el pastor y el mismo le contó las veces que fui allí, en medio de muchas tribulaciones, a pedirle apoyo por los maltratos de mi marido. Estoy bajo libertad condicional. Intento buscar trabajo, pero no hay duda de que mi condición de ex reclusa me margina socialmente.
¿Quiere que le hable con sinceridad? Somos mujeres marcadas para siempre. Y lo peor es que cuando pudimos evitar todo esto, nadie nos escuchó, nadie…”
– Finalmente, ¿un consejo para las mujeres que puedan sufrir situaciones semejantes?
“Que hablen y griten hasta ser oídas. Que hagan la denuncia una y otra vez, para que alguien al fin las ayude. Que busquen socorro, que no se queden calladas como yo lo hice, por temor o por vergüenza, que eso se va acumulando y alcanza un límite en el cual una busca soluciones drásticas y eso es peor, para una misma, los hijos y toda la familia.
“También es preciso que no la vean a una como asesina, que la sociedad no te juzgue por algo que sufriste antes y también después. Hay que liberarse individualmente y continuar, a pesar de todo.
“Pero, hay que prever, para que ninguna mujer tengan que sufrir, ni pasar por lo que nosotras pasamos y estamos pasando”.