La mejor demostración de que el presidente Leonel Fernández no anda en planes de forzar innecesariamente los acontecimientos para presentarse a una tercera repostulación consecutiva, ha sido la torpeza con la que se han estado manejando quienes persisten en tal aventura. Es evidente que detrás de ese propósito hasta este momento no hay una cabeza con formación política.
Nadie duda de los arraigos que el presidente Fernández mantiene en el mercado electoral, ni de su popularidad ni de su prestigio, por lo que es absurdo que gente que supuestamente trabaja en su beneficio, se empecine en proyectarlo como si fuera un aspirante que precisase de vallas humanas pagadas para promoverse en los lugares donde encabeza una inauguración.
Muy inteligente es el presidente Fernández, como para no estar percatado de que le están montando una antipromoción.
En la entrega de una obra no puede haber mayor servicio a la imagen del mandatario que la ha ejecutado que la proyección de la obra.
Es el momento de mostrar que los recursos de los contribuyentes o los fondos invertidos a través de financiamientos, tienen un destino apropiado; que hay en el gobierno una persona dedicada a buscar la solución de los problemas. Es el momento de llegarles a todos los ciudadanos, sin distingo de preferencias.
Si el propósito fuera tomar esas inauguraciones como palanca de afianzamiento electoral, la proyección de la imagen del solucionador iría a expresarse sin mayores ruidos a las encuestas, porque se persuade más cuando no se exponen las garras.
Pero más que proyectar a un presidente que no lo necesita, quienes financian a los “pica-pica” que se echan encima, unos letreros por detrás y por delante confeccionados de manera uniforme, en clara evidencia de que no se trata de una presencia espontánea, buscan autopromocionarse.
Si Leonel Fernández contemplara la idea de llevar al Tribunal Constitucional una mayoría de adláteres, dispuestos a realizar una interpretación antojadiza del texto constitucional que prohíbe de manera taxativa la reelección presidencial, no permitiera que tal plan se anduviera poniendo en evidencia. Siempre ha sido cuidadoso de las formas. Si la política fuera sólo una realidad de fuerza, podría ejercerla en forma exitosa cualquier individuo.
Pero lo peor en el daño que se hace cuando una persona con funciones oficiales desmerita una institución que todavía no ha sido creada, es que, aunque se trate una entidad integrada con criterios de institucionalidad, se la rodea de una desconfianza que se carga a sus determinaciones.
El presidente Fernández, como ha dicho monseñor Agripino Núñez Collado, jamás tendría por meta la ruina de su propia obra; pero hay quienes se empecinan en proyectarlo como un ser muy diferente a ese que admira y respeta la sociedad dominicana.
Si Leonel Fernández anduviera en aprestos distintos a los que pactó, gente más efectiva y prudente, tomara el vocerato.
Si hay algo que no menosprecia es la racionalidad, de la que lucen huérfanas algunas cabezas, cuya inteligencia emocional podría ser muy ducha en situaciones alejadas de la conceptualización.