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Hogar Crepuscular

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Mis palabras son para aquellos que han ido más allá de los relámpagos: Una mujer tiene celos cuando quiere y ella a mí me celaba fingidamente. Parecía estar llena de rencor contra mí y, el problema con las mujeres, o con los humanos para no lucir antifeminista, es que si se llenan de rencor contra uno, se llenan contra todo el mundo. Y así, donde quiera que fuéramos a ella le parecía un corral de vacas habitado por gentes intolerables. Su alma tenía la sensación de que estaba apresurada, inquieta, con el amor en otro corazón, no en el suyo.

¿Que la manipulaba? Yo lo sabía desde el principio, pero coño, uno por el goce posterga cualquier vaina. ¿Que la llevé de vacaciones? ¿Que fueron batallones como dice ella? Es verdad, pero aún queda un poco de orgullo en mí. Ella sabe cuanto le di, mas si no era por amor, si quería sobrevivir en su submundo, sin tenerme, tenía que olvidarse de mí. En mi última conversación se lo condense:

“¡desgraciadamente, aun te quiero!”. Mis amigos me critican, pero, aja, uno no es una máquina.

¿Quién soy yo? Un arquitecto de sueños. Antes de entregarle el corazón a alguien uno debe estar seguro de que puede recibirlo, pero mis sueños no fueron suficientes para ella, quería sonar menos. Ella quería una pequeña tienda de esquina donde pudiese conversar sobre nada con los escasos clientes. Yo, un banquero bien posicionado, creía que esa una treta para verse o conquistar posibles amantes.

Nunca tuve pruebas contra ella, ni siquiera imaginarias, pero tenía sospecha y ese es el peor de todos los castigos: ¡sospechar! Yo no podía hacer ninguna otra cosa, excepto sospechar. Y mientras más uno sospecha, mas difíciles se hacen las pruebas, las malditas pruebas, y mas grandes se hace el castigo, el perverso castigo, ese asesino del buen dormir, que crece como si fuese la explosión de una bomba atómica. ¡Ay, la sospecha!, ¡el pánico horrible de su presencia!

Cuando uno ora, aunque parezca santo, lo que uno esta demostrando es un estado de impotencia, se esta diciendo a uno mismo, “yo no puedo, debo recurrir a otras instancias”, y las otras instancias, siempre ocupadas en cosas mas importantes, te escuchan si les da las ganas, cuando se trata de Dios y todos sus santos, tú ni siquiera sabes si te escuchan, solo anhela que lo hayan hecho. Así que cuando te ataca la sospecha, cuando te come el pánico horrible de su presencia, lo único que te queda como salida es buscarte a tus mejores amigos e irte a llover tus lágrimas en la Mar, que siempre las recibe y siempre las limpia al golpearlas contra las arenas y contra las rocas.

A la mar me fui, a convertir en perro de sombras mis lágrimas muertas y vivas. Mis amigos conmigo, sobre todo un ingeniero eléctrico que parece quererme a mí más que a su mujer: ella lo sospecha, por algo será. Un doctor, uno de esos que trae muchacho al mundo y con la frase de ¡que lindo bebe!, sin importar lo feo que sea, se lo entregan a la primera que ven, un amigo que parece divertirse más con mi dolor que con su mujer, pues desde que me ve empieza a ponerme las canciones que incitan a cortarse las venas: ella también lo sospecha; y un hijo de profecías, un poeta que a todo dolor, por horrible que sea, le saca una lección positiva: ¡como él no sufre!, ¡ay, el día que le toque!

Fíjense si sabe curar dolor el bendito profeta que estando yo tomando mi desayuno y leyendo el periódico llamo la vieja del diablo esa, me dijo que venia a traerme el divorcio para que lo firmara; así no mas, firmarlo sin leerlo y sin nada. Se me desataron todos los infiernos que llevo dentro e iba a empezar a insultar la desdientada, se interpone el poeta, me detiene y me dice: “¡El amor no enferma, lo que enferma es el miedo a perder el amor!” Fue como si un tanque de cocaína entrara en mis células cerebrales, millones de vibraciones positivas iniciaron su carrera por las venas de mi espíritu y mi alma se lleno de plenitud y goce. ¡Cuánto cambia uno en un segundo! Señora, le dije a mi perseguidora, tráigame el divorcio que lo voy a firmar. Yo tengo que salir a hacer algo, pero si no es regresado échemelo por debajo de la puerta que a mi regreso le llamo para que pase a recogerlo… Bueno, con ese grupo de pendejos vi gotear mis salobres, que eran muchas.

Una mujer como Dios manda, no es una mujer mandada por Dios: las megas son la encarnación de lo divino en el infierno. Yo, cuanto esperaba era disfrutar de esos labios que dicen la palabra que adoro, pero lo que me llegó fue la “bipolaridad de arranque”. Tenía que llorar o enloquecía, y lloré, lagrimeé como un gallo al que le han dado el criminal golpe de bolsón. Entre tragos, mis amigos, chapuceando sus sonrisas me consolaban y se divertían. Cuando vieron el milagro que mis lágrimas habían parido, cuando observaron que por primera vez en mi vida, y las suyas, aparecía en el Cielo el choque frontal entre la Luna y el Sol y, que ese encuentro, sólo visto en La Punta de Salina, dejaba a la mar llena de luz; ellos también, más profundo que yo, pues no era su dolor, ellos también lloraron: ¡todos vimos en sus ojos mis lágrimas!

Si tú quieres saber cuán fructífero es el paso del tiempo, lanza a la mar tus lágrimas heridas, esas que al caer se parten en dolor y se tornan fuego hecho ceniza: nádala, y entonces inicia tu caminata como olas de María la Oz, con su inusual canto, con su melodía de profeta inacabable:

Juan Carabú, Juan Carabú

Apaga la vela y prende la luz.

Juan Carabú, Juan Carabú

Apaga la vela y enciende la luz

Juan Carabú, Juan Carabú

Enciende la vela y apaga la luz…

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