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Un prólogo homicida

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Con su documental “Bosch: Presidente en la frontera imperial” y ahora con la publicación de imágenes y documentos de la abortada gestión de gobierno del profesor Juan Bosch, en el libro “La Democracia Revolucionaria”, René Fortunato ha buscado que los dominicanos se inspiren en el referente moral de una de las figuras más trascendentes de la vida política del país.

“Que su memoria y su vida ejemplar perduren y puedan servir de referentes a las presentes y futuras generaciones de dominicanos y dominicanas, para que valores como la honestidad, la solidaridad y la dignidad se posicionen sólidamente en nuestra sociedad actual”, subraya el autor.

Una cita de Bosch, representa lo que la sociedad ha estado aspirando desde el destronamiento de Trujillo: “Queremos advertir al país que el presidente de la República no tiene ‘amigos’, ni enemigos, ni arientes ni parientes. La ley protege a todos los dominicanos, pero la ley también le cae encima a todo el que la viole. Esta es una República que tiene que regirse por la Ley, y la Ley no conoce nombres, ni personas ni sentimientos, ni relaciones familiares.

Pero entre los objetivos de René Fortunato y los del prologuista, el historiador Frank Moya Pons, hay abismos insalvables, porque el segundo, que por razones ideológicas, académicas y políticas, fue contradictor de Bosch, aprovechó para vaciar sobre el ilustre vegano, las ráfagas del resentimiento.

Moya Pons admite que el Bosch que él prefiere matizar y el que proyecta Fortunato, andan muy divorciados: “El Bosch de Fortunato es el Bosch brillante y luminoso, el maestro de la democracia representativa, el pensador y político liberal, el orador deslumbrante y didáctico, el Presidente honesto más allá de los razonable, el líder político rígidamente coherente con su credo democrático, el verdadero padre de la democracia dominicana”.

En cambio, el que Moya Pons presenta es un despistado que se autoderrocó con sus actuaciones: “El Bosch presidente continuó actuando en muchos terrenos como si fuese todavía candidato. Continuó predicando desde la presidencia como si hablara como maestro rural y no como un presidente de la República. Lejos de pactar con sus adversarios, continuó enfrentándolos desde el poder, denunciándolos, irritándolos y provocándolos… Respetó y protegió a los grupos más recalcitrantes de la extrema izquierda… Mantuvo en sus posiciones a los más temidos generales y oficiales superiores de la dictadura de Trujillo…

No guarda ni siquiera conmiseración con el Bosch enfermo: “Hubo, finalmente, otro Bosch, que muchos preferirían olvidar hoy, (menos Frank Moya) y es el Bosch de la senectud: el hombre que a finales de los ochenta empezó a manifestar síntomas del mal de Alzheimer y que daba continuas muestras de intolerancia y amargura; el político rabioso que peleaba constantemente con sus amigos, con los miembros de su partido, con los periodistas y con los demás políticos; el hombre noble, pero resentido, que fue cayendo lenta e inexorablemente en la decrepitud, como ocurre con tantas cosas en la vida”

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