Arcadio Segura, apodado Barahona, es la representación típica del ciudadano dominicano que cuando alcanza la ancianidad es dejado a su suerte por los gobiernos y que debe pasar las “mil y una” para sostenerse antes de que la muerte se lo lleve.
De rostro estropeado por los años y las necesidades, un ojo menos y barbas con canas que delatan sus carencias.
Pese a que las leyes dominicanas establecen que una persona a los 65 años de edad ya ha alcanzado la ancianidad, a sus 74, Arcadio no se siente anciano. Presenta un estado de ánimo diligente, que lo hace digno de respeto de quienes lo tratan.
Arcadio tiene como oficio la albañilería, padre de 10 hijos y es oriundo de El Peñón, de Barahona, aunque desde hace más de 30 años vive en la capital dominicana, la que asegura conocer de punta a punta.
Está separado de la mujer con quien procreó sus hijos y de la que, sin entrar en explicaciones, no le gusta hablar. Sólo dice que la misma cantidad de años que tiene viviendo en la capital, eso hace que no sabe de ella.
Pese a su personalidad conversadora, Arcadio evita hablar de política y se limita a decir que la gente de su edad no le interesa a nadie y se pone como ejemplo. Narra que lleva cerca de seis meses sin trabajo y no ha conseguido que el gobierno lo incluya en los planes sociales que implementa.
Arcadio no es muy instruido en asuntos de gobiernos y leyes, pero recuerda que alguien le explicó que pese a que no ha servido al Estado, la Constitución le da derecho a una ayuda, como dominicano que es.
Pese a los momentos difíciles que ha pasado, Arcadio dice que no pierde su tiempo en lamentarse. Ahora espera que un ingeniero le avise para llevárselo a trabajar en una obra de construcción que hace unos días le comunicó.
Tampoco se lamenta de que los 10 hijos (seis varones y cuatro hembras) que con tanta lucha levantó no se preocupen por él. Una parte de sus vástagos viven en Barahona y otra en la capital. De ellos sólo puede hablar con certeza de una hija que trabaja en el Banco de Reservas de la que se siente orgulloso.
Arcadio vive solo en una humilde casita del sector Lucerna, en Santo Domingo Este, y al momento de la entrevista con DominicanosHoy.com se preparaba para hacer la fila en el comedor económico de Los Mina, lo que suele hacer diariamente.
Recuerda que el sobrenombre de “Barahona” fue un atributo que se ganó de un amigo apodado “Barbita”, jefe de los ancianos que acuden al comedor económico.
Por el comportamiento ejemplar que exhibe desde el primer día que fue al comedor, Arcadio expresa que “Barbita” lo designó organizador diario de la fila de ancianos para evitar que los guardias los maltraten en su afán por poner el orden.
Por eso, rayando las 6:00 de la mañana de cada día, Arcadio se instala al pie de la rampa a pocos pasos de la entrada al comedor. El espacio de la fila es marcado por la funda llena de cantinas en las que los ancianos se llevan parte del almuerzo para la cena.
A las 10:00 de la mañana, una hora antes de entrar al comedor, Arcadio comienza a pasar lista de los suyos. Al recibir la señal, saca un papel arrugado del bolsillo izquierdo del pantalón y comienza: “El Viajero”, “Sobeida”, “El Panadero”, “El Suero”, “Chocolate”, “Herrero”…En la línea de los ausentes le pone un crucecita.
Cabe destacar que los apodos utilizados simplemente identifica el oficio con que cada anciano se ganaba la vida.
Pese a no recibir ni un centavo del gobierno ni de sus hijos, Arcadio difícilmente se quede un día sin comer, ya que por su personalidad conversadora, siempre jovial y pacificador, cuando le faltan los RD$5, siempre encuentra quien se lo regale.
“Yo a quien no le puedo hacer un bien, no le hago un mal”, expresa a menudo Arcadio, a quien ya le quedan escasos dientes en la boca y que pese a faltarle el ojo derecho y la edad, no ve límites para seguir luchando en la vida.
No se acompleja por faltarle un ojo, el que perdió al caerle un mango verde en momentos que aparaba la fruta que le tiraba un primo desde una mata, cuando todavía vivía en Barahona.
Arcadio de repente ve interrumpida la conversación por una mujer morena con trenzas, estatura alta, ropa bien pegada y trasero bien pronunciado: es “Sobeida”, y no la de José David Figueroa Agosto, quien le trae un poco de agua en un fundita que se tomaba para mitigar el calor.
“Sobeida no me cuqué. Sabes que muchos hombre se pueden sentir celosos, pero tu muere aquí como quiera”, dijo Arcadio, al tomar la fundita con el poquito de agua que en seguida se lleva a la boca y lo que genera un huuu…bueeeee de los presentes.
Después de entrar los suyos, Arcadio pasa a degustar el plato del día consistente en un moro de guandules apastado hecho con arroz de tercera, acompañado de carne de res de la que venden en los supermercados, como piltrafas para los perros y un poco de repollo.
Por falta de unos pesitos, el anciano no puede, como hacen muchos, acompañar su almuerzo con una tajada de aguacate, que frente al comedor se ofrecen a RD$5.00; un guineo maduro, de RD$5.00 y una funda de agua, de RD$2.00.
Cuando el reloj marcó la 1:00 de la tarde, se anunció que terminó la comida, acabando también con ella los cuentos y las anécdotas. Y fue entonces cuando Arcadio se despidió.
A las 6:00 de la mañana del día siguiente Arcadio debe estar al pie del cañón para evitar que “Barbita” lo regañe, lo que normalmente ocurre cuando algún anciano se queda sin comer por él no organizar la fila a tiempo.