Diálogo con el sacerdote Juan Luis Lorda
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Néstor: Cuando se actúa y luego surge un pesar debido a que no fue correcta la decisión, suele decirse; remuerde la conciencia ¿es correcta esa autoacusación?
Lorda: Cuando se obra contra la conciencia se ataca la parte más delicada e intima del hombre: ese delicado sistema que nos hace libres: algo muy íntimo se rompe dentro de nosotros. Por eso, obrar contra la conciencia deja una huella de malestar, que llamamos remordimiento. Cuando nos acostumbramos a obrar contra la conciencia, se deteriora: perdemos esa luz que nos permite ser libres. Quien no respeta su conciencia acaba no sabiendo lo que es justo y queda a merced de las fuerzas irracionales de sus instintos, de sus inclinaciones o de la presión exterior.
Néstor: ¿es la inteligencia la que nos ayuda a mantener la conciencia en alerta?
Lorda: La conciencia es una función natural y espontánea de la inteligencia. Comienza a funcionar en cuanto empieza la inteligencia abrirse y llega a su madures cuando la inteligencia llega a su madurez. Cuando se empieza a conocer el mundo, se comienza a percibir los deberes y comienzan las valoraciones para determinar como hay obrar. Se suele considerar que la responsabilidad comienza con el uso de la razón, hacia los siete años.
Néstor: ¿Podemos concebir que la conciencia es un analizador de las acciones buenas y malas?
Lorda: Las conciencia es exquisitamente personal: cada uno debe descubrir personalmente cual es el modo correcto de obrar en cada instante. Desde fuera nos pueden ayudar, pero no transmitir una solución. En realidad, es lo mismo que sucede en todos los procesos de la inteligencia. Nadie puede comprender por otro, no tenemos modo de transmitirle, como por un cable telefónico, nuestras opiniones o nuestros conocimientos. Por eso la educación es una tarea tan difícil: quien tiene que aprender es el alumno con su propia inteligencia; el profesor sólo ayuda externamente. No es posible pensar por otro y tampoco es posible ejercitar la libertad por otro.
No se puede imponer a otros con violencia los propios criterios, porque esto atenta contra el modo natural de ejercerse la libertad humana. No se debe obligar a nadie a que obre contra su conciencia: porque sería destruir su vida moral. Este es uno de los principios morales más básicos.
Pero esto no significa que todas las decisiones que se toman en conciencia sean correctas. Incluso, con muy buena voluntad, todos podemos equivocarnos por falta de conocimientos, por falta de claridad o por no querer plantearnos bien las cosas. Desde fuera pueden darse cuenta y también pueden –y a veces- señalarnos donde nos equivocamos y por qué. Lo que no pueden es obligarnos a verlo, porque sería como si nos obligaran a entender un problema de matemáticas. Continuaremos.