Cuando el ex presidente George Bush, el de las Torres Gemelas, se golpeó la cabeza mientras miraba un juego de fútbol americano, en toda América corrió el rumor de “que el ex mandatario estaba disfrutando el polvo blanco, alucinando sobre sus grandes batallas, pero que había olido demasiado”.
Ningún pensante creyó en el cuento del grano de maíz frito que se le atravesó en la garganta, dejándolo sin aire en los pulmones. Ante tal rumor la Casa Blanca optó por no investigar nada, pues la creencia en la sociedad norteamérica de que el consumo de cocaína es masivo y de que no respeta puertas, está muy arraigada. Cualquier cosa que se hiciese para denegar el rumor, afianzaría el rumor. En política, el rumor es siempre una verdad irrebatible.
Había otro elemento que surgía a partir de ese hecho que resultaría una de las más grandes tragedias en la vida política moderna de la sociedad norteamericana. A partir de entonces, nadie le creería al presidente Bush y el presidente Bush no le creería a nadie. Todos consideraban como acto de legítima defensa engañarlo y él adoptó el engaño como forma de sobrevivencia para pasar el tiempo que le quedaba en la Casa Blanca, que fue mucho y doloroso.
Algo parecido le ocurre ahora al presidente Leonel Fernández. El país no le cree, él no le cree a nadie. Igual que Bush ha encontrado como forma de sobrevivencia el engaño. Al escuchar el discurso que pronunció ante las Naciones Unidas, un alto funcionario de esa organización me dijo: “Tu presidente ha bautizado el robo masivo de los bienes públicos como circunstancias especiales”. Yo qué podía hacer frente a aquella afirmación tan conocedora de causas, lo mismo que hace usted: coincidir y lamentarme; y como hacemos siempre los campesinos quisqueyanos, pedirle a Dios que sea misericordioso.
Los peledeístas discípulos de Juan Bosch, que conocemos muy bien el daño que hace a la sociedad la corrupción pública y que aprendimos a diferenciarla del robo, entendimos desde el inicio que con quien había que ser duro, como lo era Don Juan, era con nuestros propios compañeros. Todos los que esa digna actitud asumimos fuimos declarados plagas nacionales. Como en los tiempos antiguos, el poder se le entregó a aquellos que haciéndose ellos ricos, hacían multimillonario al Príncipe. A ellos sumaron los payasos, aquellos que privando en ser honestos toleran la corrupción como una forma de ellos disfrutar las mieles del poder. Son los llamados cómplices pasivos, esos dedicados a acumular pruebas y chismes para “escribir” sus memorias.
Ahora quedan dos años de batallas, que a partir del fuego cruzado entre Félix Bautista y Víctor Rua se conoce en la historia de la corrupción pública como la “guerra del asfalto”. Y en esa guerra todo se pudre: a pesar de que llueve todos los días, a Bella Vista, el privilegiado sector de la ciudad, le llega el agua una vez a la semana. Para adornar el árbol nuestro honorable nombró a la plaga Freddy Pérez como el administrador del santo líquido. Si alguien le preguntará por qué cometió semejante calamidad, él respondería: “¡como quiera tamo en banda!”.
Marransini ha pasado a ser el peor marrano que haya manejado el sistema eléctrico y, el déficit fiscal crece en forma proporcionar a las cuentas bancarias de los funcionarios. El presidente, como dijera aquel, su Gran Amigo, “no está enterado, y si se entera, no se da por enterado”
La sobrevivencia aquí es más difícil que en la sociedad norteamericana, pues allí todas las instituciones funcionan y aun así, todos fuimos testigos de los enormes daños que provocaron los engaños de Bush, agregaron a los ya existente más de nueve millones de pobres. ¿Cómo sobrevivirá Leonel Fernández a este cielo seco que le queda? ¿Se dará y nos dará una sobredosis de engaños?