La noticia publicada por EFE, acerca de que la República Dominicana pretende erradicar el trabajo infantil en 2020, deja un sabor muy amargo de una escabrosa realidad que impide respirar hondo, sobre todo al recordar que en el país existen más de 155 mil niños y adolescentes con edad entre 5 y 17 años que trabajan, muchos de ellos en situación de explotación sexual comercial, otros en labores peligrosas, en los basureros, o como vendedores ambulantes, según el informe sobre el tema y las Políticas Públicas en el país, realizado en 2008.
Todo parece indicar que el año 2020 se percibe como línea en el horizonte que prevé la erradicación de esta práctica infame y hasta para los menos entendidos resulta paradójico que la nación alcance peldaños económicos, amparados por extraordinarias cifras y que, tal y como muestran este y muchos estudios más, la pobreza persista como principal causa de ese trabajo que mata las sonrisas infantiles y las convierte en muecas de cansancio, sudor y huellas a destiempo.
La política más importante que debe librar un país es la de cuidar a sus niños y niñas, hacer hasta lo imposible por verles crecer en el estudio y la cultura.
El trabajo infantil es una enfermedad terrible que abate lo más íntimo de la sociedad dominicana. El ministro de Trabajo, Max Puig, habla de ratificar ese compromiso del país para erradicar sus peores formas, como meta propuesta para el año 2015, y eliminarlo en 2020.
Pero, ¿no resulta esto demasiado tiempo? Quienes trabajan hoy en campos y ciudades, resultarán jóvenes maduros dentro de 10 años, si es que llegan a esas edades, si no terminan aplastados por transportes que no les ven ahora por pequeños, si no concluyen su niñez fallida con tumoraciones en la piel e infecciones que les impiden una calidad de vida.
En realidad, por mucho que parezca loable anunciar esta “iniciativa”, como parte de una agenda hemisférica de desarrollo para eliminar el trabajo infantil, no hay duda, es mucho, demasiado tiempo…