Muchos han reaccionado como si ignorasen, hasta las revelaciones de Wikileaks, que el único imperio global que ha conocido la humanidad, se inmiscuye más allá de lo obvio en la cotidianidad de todas las naciones del mundo, sobre todo las que están en su horizonte geoestratégico.
En la postrimería del siglo XIX, cuando el imperio español recoge sus bártulos para entregar su última gran posesión en El Caribe: Cuba, no deja atrás cuatrocientos años de dominio solo por los ímpetus de los patriotas que hicieron las guerras de independencia, sino por la emergencia de un nuevo factor de dominio: el imperio norteamericano.
España pudo haber reunido las energías para vencer a los independentistas o para mantener empantanada la contienda, pero ya Estados Unidos no quería a ninguna otra potencia incidiendo en el área, y tomó parte en el conflicto inclinando la balanza a favor de los patriotas, y es ante Estados Unidos que se rinde España.
Pero al imperio no le interesó asumir la posesión de Cuba, sino que con una base militar como la que todavía conserva, y con gobiernos soberanos pero tutelados, sus intereses quedaban satisfechos, hasta que Fidel Castro apareció con su guerrilla y colocó a Cuba bajo otra órbita.
Pero esa independencia haitiana, que tanta gloria merece, no es únicamente el fruto de unos valientes que aliados con el mosquito que produce la malaria vencieron al ejército de Napoleón, sino que acompañando a esos factores estuvo la ayuda soterrada de los Estados Unidos, que no había sacado a España del juego caribeño para permitir que viniera a asentarse en sus fronteras el emperador francés.
Unos complotados no arman un plan como el que se materializó en la República Dominicana el 30 de mayo de 1931 para acribillar a tiros la mano dura que se había enseñoreado sobre los destinos dominicanos durante más de treinta años, sin la anuencia de quien tiene los mecanismos para enterarse, absolutamente de todo, hasta de los atentados que les sorprendieron el 11 de septiembre del 2001, de eso tenían noticias algunas agencias estadounidenses.
A Trujillo no se lo llevaron crímenes atroces como el de las hermanas Mirabal, porque hechos como ese ocurrieron desde el principio del régimen, como ejemplo el de Virgilio Martínez Reyna y su esposa, Altagracia Almánzar que estaba embarazada, a Trujillo de lo lleva lo mismo que arrasó con sus homólogos, la decisión de Estados Unidos de poner fin a las dictaduras como medidas preventivas para evitar otra Cuba.
En su discurso de juramentación en el año de 1973, el presidente del gobierno español, el almirante Carrero Blanco, activó sin darse cuenta los explosivos que los sorprenderían unos meses después en una calle céntrica de Madrid y harían volar su auto sobre el edificio de una iglesia y caer en el traspatio, con él más achicharrado que el carbón de leña.
Con un Franco que vivía los días del ocaso, el interés era el de propiciar una reforma e instaurar una democracia, cosa que parecía imposible con un hombre que juró lealtad al caudillo más allá de lo patético, trasluciendo claramente que no era la figura para propiciar lo que se esperaba.