¿Dónde está la calle Tomás de la Concha? A unos minutos caminando hacia el parque Independencia. Entonces “El Pequeño Haití” está establecido, enraizado, en el corazón de la capital dominicana. Ya lo vemos con su ancestral insalubridad muy infecciosa, y su basurero en plena vía pública, es el costo dañino que sufren los vecinos dominicanos.
Es inevitable, de responsabilidad preguntarnos ¿Qué autoridad es responsable de la higiene y limpieza de la ciudad?. Lo que está sucediendo indica que no hay autoridad. La corrupción administrativa no la admite. Y, lo peor es que está como normal la pérdida de la salud de los dominicanos.
Los haitianos saben que al síndico y al de la salud pública, no les importa que ellos vivan rodeados de inmundicias como la de Guibia y las que hay en el parque Eugenio María de Hostos, donde el vecindario reclama y la brisa caribeña se lleva la verdad y no llega al ayuntamiento. Lo dice el silencio vergonzoso, más que irresponsable.
No cumplir con los deberes califica a una persona, perezosa, inactiva, descuidada. Sencillamente INDOLENTE. Este adjetivo, es el varón, un estado de la materia y apariencia, que se estancó en la posibilidad de ser hombre, ignorando el significado de la ética. Es evidente la desgracia nacional que no puedan conjugar el conocimiento profesional y la moral de los deberes del cargo por ser perversos y no tener hábito de las buenas costumbres; no estoy poniendo un sello donde no corresponde; ahí están los males sociales por no ejecutar las obligaciones. Comprendemos que no debemos requerir que cuiden el ornato de la cuidad a los que no pueden ser aquello que no saben.
Una cuidad esta sin doliente, en el abandono, arrabalizada, con la basura que enferma el entorno, es porque no rechazan lo malo o quizá la imagen de lo malo no la concibe la mente cubierta y llena de corrupción. No pueden recibir el mensaje de reclamos de vida decente, menos vivirlo el que no da pasos para conocerse a si mismo, mirarse, corregirse, para eliminar debilidades.
A veces es igual al hablarle a una estatua, no escucha la voz de los deberes el que creció sólo físicamente, pobre criatura, no puede ejercer la obligación fundamental, saber quién es, esa indispensable exigencia moral.
Sin moral no hay deber, sin deber se está en la confusión, desorden, caos.
Demos la espalda a los politicastros, urge mirar al hombre que pisa el camino del auto-análisis, la comprensión, la aplicación de la inteligencia en pro del bienestar de los dominicanos y no dejarnos llevar, por los que no saben quiénes son, y nada les importa, solo su bienestar. Sacudirnos de la moral hipócrita.
Establecer al hombre sano que sabe como agarrar el timón para todo lo que importa de bien en el transito terrenal.
Estamos en el camino de la vida, debemos recorrerlo conscientemente de acuerdo con la naturaleza, el uso correcto de la razón. Hay muchos males creados por el varón perverso y debemos eliminarlos no con palabras, ir a los hechos, solo así estaremos en los nobles amores de patria. Ya tenemos la grave experiencia de dar poder para ignorarnos. La tierra de patria grita, necesita el abono nacionalista, pureza Duartiana.
Sufrimos los males de los que aferran a la insistencia por las cosas innecesarias que causan constantes infelicidades entre los seres humanos.
Tienen lo que necesitan, no están satisfechos con lo suficiente. Su insaciable avaricia los esclaviza por los teneres; no piensan en lo que tienen, sino en lo que quieren, se hacen daño a sí mismo, y a los demás. Es nuestra obligación ciudadana eliminar la corrupción enraizada en la administración pública y la de los corruptos, esos hijos ocultos del poder.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra