Como promotores de la reelección del Presidente Leonel Fernández, como promotores de la violación de nuestra Constitución, como dilapidadores de los fondos públicos, Félix Bautista y Freddy Pérez no están exagerando su perversidad, la están viviendo.
Es lo que normalmente le pasa a quienes se hacen ricos, de la noche a la mañana, sin acumular suficientes sombras espirituales capaces de cubrirlos de las implacables cuentas bancarias. Empiezan a creer que la única forma de vivir es usando la violencia como mecanismo de diversión. Y mientras más la gente se empeñe en oponérsele, mas diversión hallan en sus podridos proyectos. El dale pa´bajo se convierte en su cocaína.
Ese tipo de gente, normalmente, son gallos de peleas, pero no de los ganadores sino de los que les gusta aguantar golpes. Son como el toro: sabe que va a morir, pero no puede resistir el lanzarse contra aquella manta roja que el torero le blande.
Dentro de ese escenario no hay por qué preocuparse por la cantidad de babas lanzadas por esos toros, tienen la espada clavada y es hacia la muerte que van. Dejaran, eso sí, el estadio bañado de sangre, pues duele saber que mientras no hay dinero para educación, ellos, en su fracasado proyecto reeleccionista, lo gastan como si fuesen los dueños de la Reserva Federal de los Estados Unidos de Norteamérica: Ni el Diablo tiene tanto oro! Ese exceso de liquidez los tiene con diarreas
Washington, viendo como se están comportando esta generación de líderes latinoamericanos, ha puesto en ejecución lo que se denomina La Doctrina Obama. Un principio la guía: El liderazgo debe servir y ser usado para fortalecer las instituciones, no las instituciones ser usadas para fortalecer el liderazgo personal.
El ejemplo más claro en la aplicación de esa política lo constituye el ex presidente Colombiano, Álvaro Uribe, quien, por su tradición de agente norteamericano, contaba con todo el respaldo. Pero cuando fue a la Casa Blanca en busca de apoyo para cambiar la constitución y nuevamente reelegirse, Barack Obama le dijo No.
Uribe le presento sus números, una popularidad por el cielo y Barack Obama le respondió: tus números no son mejores que los de nuestro George Washington y él no tenía que cambiar la constitución. Tienes que irte.
Uribe, entonces, para justificar su derrota, habló con los amigos de la Suprema Corte de Justicia y le pidió que le impidieran reelegirse. Así arreglo su partida.
El dilema aquí es que nuestro Presidente no ha encontrado como arreglar su huida. Está en un punto en que ni su madre le cree. Y no importa con quien hable, puede ser un funcionario, un diplomático o una simple persona del pueblo, cuando lo escuchan, inmediatamente, se crean una contabilizadora mental para contabilizar la cantidad de mentiras, pues las conceptualiza como si fuesen un valor agregado a las ciencias sociales.
Hace unos días fueron a verlos unos funcionarios y al salir del despacho se enfrascaron en una discusión porque uno le decía al otro que había contado siete mentiras y el otro que fueron nueve.
Si sale del poder en la condición actual, saldrá peor que Jorge Blanco y ni la cárcel lo salvará. Sabe que no puede quedarse por él no tiene ni petróleo ni valor para jugar con los gringos. ¿Cómo irse?
La única salida, la única capaz de permitirle cierta recuperación, es la de Cristo: crucificarse para limpiar los pecados. El libreto que tienen en manos, es ese. Preparemos para ver a los gatos reeleccionistas lanzados a las calles buscando firmas para un plebiscito, preparemos para ver al congreso cambiándolo todo y preparemos para verlo diciendo su gran mentira: a pesar de estar autorizado legalmente, yo no optare por la reelección. Y entonces los gatos reeleccionistas harán un duelo nacional, un novenario. Pero, ‘como dicen porai, a otro perro, con ese hueso’.