Desde los inicios de la era cristiana, sus impulsores luchan por desentenderse de unos evangelios gnósticos, que proyectan a un Jesús muy diferenciado del neotestamentario.
No se trata en esencia de un hombre que viniera a morir traicionado para redimir los pecados de nadie, ni de un ser que fuera terreno e importantizara la resurrección, ideas que estaban prendiendo entre los Corintios y por las cuales el apóstol Pablo se vio en necesidad de despacharles dos cartas.
Pero siglo y medio después las ideas gnósticas se abrían más espacio y le tocó al obispo Irineo, cortar por lo sano, enviando una comunicación a todas las iglesias de Roma:
“Estos son los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Después, los Actos de los Apóstoles y las Epístolas, siete a saber: de Jaime, una; de Pedro, dos; de Juan, tres; después de esta última una de Judas. Asimismo, hay 14 Epístolas de Pablo, escritas en este orden: la primera, a los Romanos; luego dos a los Corintios; tras ellas, a los Gálatas; a continuación, a los Efesios; luego a los Filipenses; luego a los Colonenses; tras ella, dos a los Tesalonicenses y a los Hebreos; y, una vez más a Timoteo; una a Tito y, por último, a Filemón. Además la Revelación de Juan.
“Estas son las fuentes de salvación, que pueden satisfacer a aquellos que están sedientos con las palabras vivas que contienen. Sólo en ellas se proclama la doctrina de la piedad”.
¿Por qué Irineo se vio en la necesidad de ser tan específico y no dejar ningún resquicio para la confusión? Porque volvían a reaparecer con fuerza las versiones gnósticas, que mil doscientos años después continuarían dando dolor de cabeza. En los concilios discontinuos de Trento hubo que volver sobre los pasos de Irineo, publicando un índice que presentaba los Evangelios y llevaba a la hoguera todo lo diferente.
Pero ni la hoguera, ni Pablo, ni Letrán ni Trento, han impedido que esos evangelios tormentosos se abran paso y levanten cuestionamientos. El primero que halló cabida fue el Evangelio de María, en el que el resucitado no aparece en carne y hueso sino en visión, y en la que la Magdalena que tiene la primicia de la aparición lo interroga sobre cómo lo verán sus discípulos si a través del alma o del espíritu y él le responde que lo verán a través de la mente.
Después se produjo el descubrimiento de los evangelios conocidos como Naj Hammadi, un conjunto de escritos hallados en una cueva egipcia y sometidos a la rigurosa experticia de la datación carbono catorce que dan cuenta de su dilatada antigüedad, entre los que figuran El Evangelio de Tomás, El Evangelio de Felipe, El Evangelio de la Verdad y El Evangelio de los Egipcios.
En el Naj Hammandi, que se descubre en 1945, se ha registrado otro hallazgo, que es referente al Evangelio que atacó Pablo en su carta a los Corintios y el que refutó con todas sus energías Irineo: el Evangelio de Judas.
No el fanatismo, sino importantes centros académicos, establecieron que es un texto que hunde sus orígenes en el siglo II, que no es engañifa contemporánea, y es tan antiguo como los evangelios del Nuevo Testamento, y plantea que Jesús escogió a Judas para la misión que llevó a cabo porque era el más capaz y confiable de sus discípulos.