He leído y oído comentarios de diversas fuentes, criticando severamente la ineficacia y falta de voluntad de los organismos internacionales y de países que han prometido y aun no han desembolsado, recursos financieros para comenzar la reconstrucción de Haití, o cuando menos para aliviar las calamidades que aflige a los damnificados del terremoto del 12 de enero de este año.
Considero que existen ineficiencias muchas veces ocasionadas por la excesiva burocracia, combinado con los componentes políticos y económicos que acompaña toda intervención en un país por organismos internacionales, particularmente cuando se trata de ayuda masiva para su reconstrucción. Sin embargo considero que muchas de esas críticas son injustas. Reconozco que abundan las censuras motivadas por un profundo sentimiento humano de solidaridad, al identificarse plenamente con las adversidades que sufren los haitianos y el deseo de que esa precaria situación mejore con prontitud.
Reitero que aunque hay mucho que criticar en el accionar de instituciones multinacionales en general, también hay mucho que elogiar, por lo cual me permito opinar sobre la situación actual de Haití, identificando algunos de los retos que enfrenta su población y los organismos internacionales así como los gobiernos de los países que están comprometidos directamente con su recuperación.
1.- La ONU mantiene un extenso programa de ayuda para los países más necesitados. Esa función le corresponde y la Organización ha sido en la mayoría de los casos, no obstante grandes dificultades, bastante efectiva. No ha existido en la historia algo ni remotamente similar y nadie que yo sepa ha propuesto un ente o sistema universal que la substituya a pesar de sus debilidades, las cuales en realidad son propias de la naturaleza humana y su incompatibilidad para lograr armonía y convivencia racional en un mundo cada día más complejo y desigual. No la desacreditemos, y si la criticamos hagámoslo en forma constructiva.
2.- Ningún país como ningún ser humano, está obligado legalmente a ayudar a otro. Lo podrá estar moralmente y todos conocemos la elasticidad de los valores morales. En resumen no existe obligación alguna.
3. La ONU actúa con recursos económicos que recibe de sus miembros y maneja la gran mayoría de sus programas de asistencia con personal proveído también por esos miembros, como por ejemplo las fuerzas de paz en Chipre; Líbano y la Minustah las cuales han sufrido bajas lamentables. Esos recursos y los que países individualmente proveen a otros a través de asistencia directa, se obtienen de los contribuyentes y representan fondos de los cuales los ciudadanos de esos países donantes dejan de recibir beneficios directos e indirectos. Para ellos esa ayuda representa un costo económico y político. Además los países que proveen el núcleo de las donaciones son también los que más aportan a la ONU. La crisis económica mundial con sus impactantes efectos en el desempleo y reducción en las recaudaciones fiscales en los tradiciones países donantes, hace que ese sacrificio sea en la actualidad aun mayor. Por favor no hagamos referencia a los despilfarro de los gobiernos en armamento y otras frivolidades, ya que cada quien gasta sus recursos como mejor considere. Si no lo tienen y lo toman prestado, es en todo caso asunto del deudor y el prestatario y por supuesto de los ciudadanos de ambos. Los demás nos permitimos juzgar y criticar, pero en realidad no es de nuestra incumbencia.
Culpar a otros, usualmente a los ricos y poderosos de todos los males de la humanidad sin asumir responsabilidad por nuestras faltas o incapacidad, es una actitud irresponsable que manifiesta un escape de la realidad y un rechazo a admitir y corregir nuestras ineficiencias. Aquello de “la paja en el ojo ajeno”!
4.- Existe una línea muy fina de diferenciación entre ayuda o acciones a favor de otro país, y la intervención en los asuntos internos de ese país. Se tiende a interpretar lo segundo cuando la ayuda está condicionada o estrictamente controlada por los donantes o el organismo administrador.
Cuando se trata de ayuda masiva a un país como Haití, que no posee estabilidad económica ni social y donde no existen las instituciones que forman la fibra esencial de una nación, siendo en realidad un conglomerado de gente que posee una nacionalidad ( lo cual representa un solo elemento de los muchos que requiere un país independiente) pero que en realidad no puede subsistir sin las dádivas del exterior, la comunidad internacional y el propio país receptor acepta esa ayuda como una intervención necesaria. De hecho muchos califican a la “Minustah” (el ente responsable por la seguridad de la sociedad haitiana en ausencia de una policía nacional efectiva), como una fuerza de ocupación.
El problema actual de Haití no se limita a la incongruencia que representaría invertir miles de millones de dólares sin la seguridad o garantía de que esos fondos serán destinados a los proyectos para los cuales han sido ofrecidos, lo cual no tendría sentido ni para los donantes ni para los propios damnificados. Se trata en realidad de una intervención con recursos masivos para “hacer un país”
5. La insistencia en unas elecciones presidenciales en cumplimiento con el proceso electoral establecido por la constitución haitiana es comprensible, aunque parezca un sarcasmo en estos momentos de crisis, que requiere remedios urgentes en aéreas de primera necesidad. Hay que reconocer que el actual gobierno haitiano ha mostrado su incapacidad para manejar la situación que enfrenta el país y ha perdido la poca confianza que le pudiera tener el pueblo. Claro que tampoco mostró capacidad para gobernar en tiempos “normales”. Para muestra, dos pequeños botones, la “Minustah” para mantener la seguridad social y un sistema de educación mayormente en manos de instituciones extranjeras sin fines de lucro (ONGs).
En tiempos de crisis de sobrevivencia como la presente se necesita un gobierno fuerte, y en el caso de Haití y contrario a mis creencia liberales, la respuesta sería una dictadura (Trujillo post San Zenón). Está claro que eso es imposible sin el apoyo de unas fuerzas armadas (inexistente en este caso) y aun menos con una fuerza de seguridad controlada por la ONU. Por otro lado la ONU y los países donantes (la mayoría o todos democráticos) no aceptarían una dictadura, y por lo tanto no proveerían un centavo de ayuda económica a un gobierno de esas características. En todo caso ese sistema de gobierno es inaceptable en nuestros tiempos.
Que queda entonces?……. Unas elecciones democráticas en un país que no posee las más mínimas condiciones para ello y además en uno de sus peores momentos. Es obvio que el objetivo es establecer un nuevo gobierno surgido del proceso “sagrado de la democracia”, con el apoyo de la mayoría de los votantes. Ese gobierno bajo la tutela y soporte de los organismos internacionales y la ayuda economía y técnica de países benefactores o “amigos” (como si estos realmente existieran) deberá ofrecer la garantía necesaria y exigida para un uso racional de los recursos prometidos, destinados a proyectos específicos los cuales sin excepción requieren de acción gubernamental firme . O sea la participación activa y el liderazgo de las autoridades haitianas.
6. Reitero lo que he manifestado públicamente, que no se trata de la “reconstrucción de Haití” ya que hay muy poco que reconstruir, se trata más bien de crear un nuevo Haití. La infraestructura del país es solamente un elemento del proceso. Hay que crear instituciones gubernamentales eficientes con énfasis en los sistemas de salud pública y educación como pilares fundamentales. También hay que implementar un programa integral de desarrollo de la economía nacional, creando las condiciones que atraiga la inversión extranjera acompañada de apertura en los mercados internacionales para los productos producidos en Haití. Hay que comenzar un plan masivo de reforestación y recuperación de los recursos acuíferos, así como el desarrollo de la producción de alimentos, con el desarrollo de sectores primarios como el agrícola que permita con el tiempo abastecer gran parte de las necesidades de la población. No olvidemos el potencial turístico de Haití que en los años 50 del siglo pasado, mucho antes que Puerto Rico y por supuesto nosotros, fue un destino exótico de gran atractivo en el Caribe. El plan de desarrollo es extenso y complejo y las bases para iniciarlo y sostenerlo durante los primeros años son muy frágiles.
En fin hay que impulsar Haití a insertarse en el siglo XXI. Lo que para mí es obvio es que el proceso será mucho más largo que la fallida “estabilización de Iraq o Afganistán” o que otros ejemplos exitosos como el “Plan Marshall” de 1948-1951. Considero que se requiere de por lo menos dos décadas con muchos esfuerzos en varios frentes, y francamente dudo mucho que la comunidad internacional tenga la voluntad y la paciencia para mantener ese proyecto vigente por tanto tiempo a un ritmo intenso y con la dedicación requerida. Es por eso que la ficha más importante en todo este tablero, es la participación activa de los haitianos. En particular los que poseen importantes recursos financieros y los profesionales con devoción por su país. El peligro es que la situación actual atrae a los inescrupulosos, ya que el acceso a los millones de dólares provenientes del exterior ofrece oportunidades de enriquecimiento rápido, con el agravante que en algunos casos puede ir acompañado de nombramiento en posiciones importantes con influencia en esferas internacionales.
En resumen Haití es de los haitianos y por lo tanto lo que se logre en su reestructuración será para el beneficio de los haitianos. Siendo así, es necesario que ellos hagan el mayor esfuerzo para lograr las metas que ellos mismos deben establecer, o deliberadas y aceptadas como propias si representan propuestas provenientes de técnicos extranjeros.
Eso es lo lógico ya que todas las generaciones desde la independencia de 1804 hasta la presente han contribuido a la precaria situación en que se encuentra el país en la actualidad. Es un error atribuir las precariedades que el pueblo haitiano sufre hoy al terremoto de enero pasado exacerbado por las pésimas condiciones de vida que existían con anterioridad a ese fenómeno. Es todo lo contrario. Las precariedades actuales deben atribuirse principalmente a esas frágiles condiciones de vida agravadas por el terremoto, y es por eso que hay que rehacer el país Sin entrar en detalles, ese argumento lo fortalece la exitosa recuperación de Chile posterior a los efectos de un terremoto de mucho mayor intensidad semanas después del sucedido en Haití, y cuyo impacto en la infraestructura del país fue de un valor tres a cuatro veces superior.