Túnez fue Cartago, una de las grandes ciudades del imperio romano de occidente y Cartago fue Vandalia, la capital de los vándalos, cristianos arrianos vilipendiados por el catolicismo, por la historia y por el lenguaje.
En su código moral no cabía la prostitución ni la homosexualidad, pero no creían que la trinidad de padre, hijo y espíritu santo, residiera en una sola persona.
Se apoderaron del norte de África, de allí tomaron las islas de Italia, y a Roma, la capital del imperio de occidente, imponiendo su dominio por un siglo. A todas partes llegaron por invitación.
Habían llegado a frontera del imperio como las otras tribus bárbaras que se precipitaron en dirección oeste, huyendo del azote de los hunos, que se habrían paso desde las estepas euroasiáticas, y en la Nochebuena del 406, la congelación del Rin los convocó a la Galia y de ahí a Hispania, donde padecieron la persecución de los visigodos, que los confinaron al sur de España, en Andalucía, designada como Vandalucía.
Sin poder dar un paso atrás, no les quedó más alternativa que mirar hacia el mar e incursionar en la construcción de barcos, oficio del que se hicieron expertos, hasta que un día las intrigas de dos generales que se disputaban el dominio de la influencia sobre Gala Placidia, que mandaba como regente en espera de que su hijo Valentiniano III adquiriera la mayoría de edad, les invitó a asumir partida en nombre de uno de los dos bandos, el de Bonifacio, gobernador del norte de África.
Después de haberles cursado la invitación, Bonifacio se percató de que era innecesaria, pero ya era tarde, los vándalos no daban marcha atrás. Se apoderaron del norte africano. De Cartago a Roma llegarían por un llamado de rescate que les formularon la esposa de Valentino III y su hija a raíz de la conspiración en la que el senador Máximo, asesinó al emperador y se alzó con el mando.
Pese a su condición de arriano, Genserico, monarca de los vándalos, atendió las súplicas del papa León para que en el saqueo se respetasen los bienes de la iglesia.
El rey de los vándalos vivió y mandó en Roma y en el norte de África hasta los 88 años de edad. Unas de las características del conflicto que arrancó en Túnez y que se extendió por otras naciones del oriente medio y del norte africano, es que a sus gobernantes les ha llegado la ancianidad en el poder: Zine el Abidine Ben Alí, 74 años; Hosni Murabak, 81; y aunque Muamar el Gadafi tiene 68 y y el Polisario Mohamed Abdelaziz, 62, los 41 años en el poder del primero y los 34 del segundo, totalizan 75 de nepotismo, abuso y corrupción.
Esta región fue la cuna de uno de los personajes más influyentes del catolicismo, el obispo de Hipona, San Agustín, pero nunca ha tenido al cristianismo como religión predilecta. En la actualidad solo un 2% de la población es cristiana frente a un 97% que es islámica y un 1% judía.
San Agustín trató de desterrar la idea de que la ruta hacia Dios pasaba por el martirologio, argumentó que el acto de quitarle la vida no era un martirio sino un pecado.
En lo que su puntería fue errada fue en la concepción del pecado original, por el que todos los seres humanos nacen condenados y únicamente evaden el infierno si en la vida se ocupan de alcanzar la gracia de Dios.
Uno de los contestadores de su tesis le escribió: “Los niños, dice usted, cargan con el pecado de otros… explíqueme entonces quien envía los inocentes al castigo. Usted responde, Dios… El persigue a los recién nacidos, El entrega a los tiernos a las llamas eternas…”