A seis años de su muerte, Juan Pablo II recorre el camino a la santidad y podemos coincidir o no con sus ideas, pero inequívocamente, Karol Józef Wojtyła, nacido en Polonia en 18 de mayo de 1920, y cuyo fallecimiento tuvo lugar el 2 de abril de 2005, en la Ciudad del Vaticano, mientras fungía como el 264 Papa de la iglesia católica, figura en la historia de la humanidad como uno de los líderes más influyentes del Siglo XX.
Fue el primero de nacionalidad polaca en ocupar el máximo escalón de la alta jerarquía católica desde 1978, hasta su deceso en 2005. Conocido, además, como el papa viajero, debido a las 129 visitas a diferentes países, en su larga historia se destacan los llamados al amor y la piedad, tal y como demostró al perdonar personalmente a Mehmet Ali Agca, quien le disparó a corta distancia el 13 de mayo de 1981, en la Plaza de San Pedro. Pese a los traumas y consecuencias físicas sufridas por el asalto, el agresor fue objeto de la clemencia del Pontífice.
No es de extrañar que delegaciones de decenas de países asistan al acto de beatificación del papa Juan Pablo II, entre ellas, la República Dominicana, país que visitó en tres ocasiones y en cuya representación estará la primera dama, Margarita Cedeño de Fernández, junto al embajador ante la Santa Sede, Víctor Manuel Grimaldi y Rosa Hernández de Grullón, representante permanente ante la UNESCO.
Presidentes, ministros, reyes, senadores, diputados, duques, personas de diferentes orígenes y nacionalidades estarán presentes en la ceremonia de beatificación.
En la obra del Santo Padre se destacan la recepción de un millón 512 mil 300 personas en audiencias generales y particulares, así como en ceremonias litúrgicas y en los Ángelus dominicales. También realizó reuniones con 426 jefes de Estado, entre ellos Leonel Fernández, el 18 de enero de 1999, en los Palacios Apostólicos Vaticanos. De igual manera fueron recibidos reyes y reinas, 187 primeros ministros, 190 ministros de Exteriores y el acogimiento de 642 cartas credenciales de embajadores.
En el país
Cuando el Papa Juan Pablo II visitó la República Dominicana por primera vez, el 25 de enero de 1979, pionera peregrinación apostólica a sólo tres meses de su elección como Pontífice; cinco años más tarde volvió, en 1984 y luego, en 1992. Hubo desde entonces una particularidad en sus discursos, en los cuales abogaba a favor de un mundo más humano y cristiano y por la integración latinoamericana.
Otro mensaje esgrimido por el Patriarca fue acerca de la situación dramática en que viven tantas personas en el mundo, reto fundamental de la Iglesia Católica, unido a esto a los esfuerzos por la evangelización. La protectora del pueblo dominicano, Nuestra Señora de la Altagracia, fue alabada por Juan Pablo II y oficiada a su favor una eucaristía en al explanada de la Basílica, en Higüey.
Y si algo no podrá olvidar jamás la historia de América fue ese día en que el Papa aseguró, mientras tenían lugar los festejos por el V Centenario de la “Nueva Evangelización de América” que dicha celebración “debía revelar la identidad propia: el substrato cultural cristiano” del continente. Sus palabras fueron también para solicitar el perdón por las ofensas, maltratos y eliminación física de los indígenas por los colonizadores españoles.
Años después, el Santo Padre confesaría a un periodista del diario italiano L’Observattore su especial fascinación por América Latina, y aseguraba que República Dominicana fue su puerta. Precisamente, en uno de sus discursos certificó: “Doy gracias a Dios, que me permite llegar a este pedazo de tierra americana, tierra amada de Colón, en la primera etapa de mi visita a un continente al que tantas veces ha volado mi pensamiento, lleno de estima y confianza, sobre todo en este período inicial de mi ministerio de Supremo Pastor de la Iglesia”.
Para quien será elevado “a la gloria de los altares después de que Benedicto XVI promulgara el 14 de enero de este año el decreto por el que se reconoce un milagro por su intercesión”, (*) venir a estas tierras americanas como peregrino de paz y esperanza significó mucho más que una convocatoria “a la orientación vertical de la evangelización”. A través de ella vio lo que certificó con sus propias palabras: “…El amor del Padre por los hombres, por todos y cada uno de los hombres, amor revelado en Jesucristo. ¨Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna¨ (Jn 3, 16)”.
El anuncio de beatificación de Juan Pablo II alegró al mundo católico, donde, tal y como se ha repetido en los medios de comunicación, desde el 8 de abril de 2005, durante su funeral, muchos le denominan "santo súbito" (santo ya), según la creencia y fe de sus seguidores.
Por el camino de la santidad anda el Papa que guió a la iglesia durante casi 27 años (1978-2005) y la introdujo en el tercer milenio, el mismo que calificó de “querida tierra dominicana” esta que le despertó “sentimientos de sincero aprecio y honda gratitud, testimonio del amor con los hijos de esta hospitalaria nación.
Sea esta ocasión propicia para releer y reflexionar sobre aquellas palabras del Papa, cuando en tierra dominicana habló de: “Hacer ese mundo más justo” y resaltó lo que significaba: “…entre otras cosas, esforzarse porque no haya niños sin nutrición suficiente, sin educación, sin instrucción; que no haya jóvenes sin la preparación conveniente; que no haya campesinos sin tierra para vivir y desenvolverse dignamente; que no haya trabajadores maltratados ni disminuidos en sus derechos; que no haya sistemas que permitan la explotación del hombre por el hombre o por el Estado; que no haya corrupción; que no haya a quien le sobra mucho, mientras a otros inculpablemente les falte todo; que no haya tanta familia mal constituida, rota, desunida, insuficientemente atendida; que no haya injusticia y desigualdad en el impartir la justicia; que no haya nadie sin amparo de la ley y que la ley ampare a todos por igual; que no prevalezca la fuerza sobre la verdad y el derecho, sino la verdad y el derecho sobre la fuerza; y que no prevalezca jamás lo económico ni lo político sobre lo humano”.
A dominicanas y dominicanos, Juan Pablo II exhortó “a ser siempre dignos de la fe recibida. Amad a Cristo, amad al hombre por El y vivid la devoción a nuestra querida Madre del cielo, a quien invocáis con el hermoso nombre de Nuestra Señora de la Altagracia, a la que el Papa quiere dejar como homenaje de devoción una diadema. Ella os ayude a caminar hacia Cristo, conservando y desarrollando en plenitud la semilla plantada por vuestros primeros evangelizadores. Es lo que el Papa espera de todos vosotros. De vosotros, hijos de Cuba, aquí presentes, de Jamaica, de Curaçao y Antillas, de Haití, de Venezuela y Estados Unidos. Sobre todo de vosotros, hijos de la tierra dominicana. Así sea”.
(*) “Se trata de la curación inexplicable para la ciencia de la monja francesa Marie Simon Pierre, de 51 años, que padecía desde 2001 Parkinson, la misma enfermedad que tuvo Wojtyla”.
-Otros elementos a tener en cuenta: “Para la canonización hace falta otro milagro atribuido a la intercesión del ya beato y ocurrido después de su beatificación”
“Las modalidades de verificación del milagro son iguales a las seguidas en la beatificación”.