Trescientos veintiocho años después del ignominioso dominio español, proclamamos por primera vez la determinación de regirnos por nuestra cuenta y el premio deparado fueron veintidós años de la opresión haitiana.
A las pocas semanas de la acción patriótica que lideró José Núñez de Cáceres, cruzaron el Masacre las tropas de Boyer y unificaron la isla bajo la bandera haitiana: “¡El pabellón nacional flota sobre todos los puntos de la isla que habitamos! Sobre este suelo de libertad ya no hay esclavos, y no formamos todos sino una sola familia, cuyos miembros están unidos para siempre entre sí por una voluntad simultánea, que dimana de la concordancia de los mismos intereses…” ¿Cómooo?
Bájele mucho, presidente Boyer, que haitianos y dominicanos estamos atados a una isla, pero ni a un solo país ni a una enseña, de ahí que la pequeña burguesía trinitaria se empeñara en procurar la separación y en ubicarnos bajo estandartes propios, pero de nuevo el billete nos trajo cosas indeseadas:
El predominio de un sector social decadente, el de los hateros y un período de inestabilidad que en 17 años nos dio seis presidentes, diez cambios de gobierno, cinco constituciones y cuatro invasiones haitianas.
Entonces sucumbió de nuevo la nación y los héroes restauradores se esmeraron en su rescate, logrando bajo el liderazgo de la espada de Luperón, que los españoles entendieran que nuestra posición era la misma que se les había expresado en la declaración de independencia del 1821.
Pero otra vez los huevos se echaron a perder y en vez de patos sacaron gallaretas. La cosecha más trascendente de ese esfuerzo degeneró en la dictadura de Ulises Heureaux, de la que hubo de salirse a través del magnicidio, que a su vez nos devolvió a la inestabilidad, que hizo perecer de nuevo el empeño de trinitarios y restauradores, el de un país soberano.
Tropas estadounidenses ocupan el país y el esfuerzo denodado de los nacionalistas nos devuelve, con la brillante gestión de Francisco J. Peynado, lo que procuró desde una época temprana Núñez de Cáceres, la autodeterminación, pero también el billete se pela, y nos llega una larga dictadura y luego otro período de inestabilidad, que a su vez conllevaría la pérdida de la independencia. Pero el patriotismo se expresa de nuevo, y celebramos en estos días 46 años del glorioso movimiento que encabezaron los militares constitucionalistas, que procuraron el retorno de la democracia y de la soberanía, aunque lamentablemente el fruto no resultara el deseado.
Procurando el retorno de Juan Bosch, se cosecharon los doce años de Joaquín Balaguer, quien según las confidencias de los que dictaron esa determinación: los Estados Unidos, “tiene una historia de demagogia y estuvo cercanamente asociado con el régimen de Trujillo. Sin embargo, Balaguer es firmemente anticomunista y goza del apoyo de alguna de las mejores gente del país”.
Al saberse pupilo del imperio para regir a los dominicanos por largo tiempo, se hizo el muerto y se dejó llevar, alegando que era un hombre sin ambiciones, que empezaba a ser batido por el peso de sus años.
En la historia nuestra, nadie ha sido más aspirado por los llamados poderes fácticos.