La afirmación del presidente de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), Radhamés Camacho, es más que indiscutible: la educación no es una mercancía, ni puede convertirse la instrucción en un pedestre negocio, sobre todo si se entiende el tema, tal y cual lo describen algunos diccionarios, como la base de toda la existencia y “proceso natural vinculado con el crecimiento”.
El objetivo de la educación, formulado por pedagogos como Montessori y Dewey, entre muchos otros, persigue ese concepto de “contribuir al desenvolvimiento armónico y completo de las facultades y aptitudes del ser humano para el cumplimiento de sus fines personales y sociales y para su propio perfeccionamiento y bienestar”.
El mundo evoluciona cuando gracias a la educación de las naciones ocurre los cambios de las estructuras sociales, y todo cuanto conlleva al desarrollo.
Países de quienes hasta hace muy poco se hablaba en minúsculas, aparecen ahora en letras grandes por sus proyectos y el desarrollo obtenido desde todo punto de vista. Haber invertido en la educación les ha propiciado un lugar meritorio y de respeto en este espectro global que nos rodea.
En República Dominicana tiene lugar una fuerte lucha porque el presupuesto destinado a la educación aumente y se cumpla el derecho de los ciudadanos, establecido en la Constitución de la República.
Imperdonable es que a estas alturas el país cuente con tan pocos recursos para la educación pública y que los Colegios Privados aumenten la tarifa del año escolar. Si estos últimos sustentaron los “huecos educativos” que el gobierno no ha logrado llenar, inexcusable es que “aprieten” desmedidamente en momentos en los cuales las familias dominicanas se preguntan cómo subsistir y lograr que sus hijos e hijas sean personas cultas y sirvan a una nación culta como Dios manda.