El marinero primero Jaime Salazar y el operario tercero Víctor Martínez estuvieron entre los primeros prisioneros políticos chilenos en el caso conocido como los “marineros constitucionalistas”, cuando fueron detenidos en los meses previos al Golpe de Estado de septiembre de 1973.
“Cuando supimos del complot militar en contra del gobierno constitucional de Salvador Allende nos negamos inmediatamente a obedecer las órdenes de la oficialidad golpista”, dijeron.
Los marineros, miembros del Comité de Chilenos Contra la Tortura, piden que la marina de Chile, la única institución armada -financiada por el Estado y los contribuyentes- que no ha reconocido ni pedido disculpas por los horrorosos crímenes cometidos durante la dictadura militar, “abra un diálogo histórico con sus víctimas y familiares”. Para limpiar el nombre de la llamada Dama Blanca “es necesario un proceso de desagravio que incluya la reconciliación e indemnización”, manifestaron.
La organización Amnistía Internacional (AI) ha “publicado numerosos testimonios sobre víctimas de tortura al interior de La Esmeralda”. Una de tales víctimas fue el sacerdote chileno-inglés Michael Woodward, quien “falleció como resultado de las torturas propinadas por miembros de las fuerzas de seguridad a bordo de La Esmeralda” (AI, Junio, 2003).
Otras naves conocidas y utilizadas por la Armada como centro de detención y tortura fueron El Maipo (estimado de mil prisioneros) y El Lebu (cuatro mil). Este último navío fue cedido a la armada, para transportar detenidos, por la Compañía Sudamericana de Vapores, empresa de propiedad del ya fallecido empresario Ricardo Claro. Según los estimaciones de testigos, por La Esmeralda pasaron hasta 500 detenidos políticos.
Otros informes sobre violación de los Derechos Humanos a bordo de La Esmeralda fueron presentados por Amnistía Internacional (AMR 22/32/80), Comisión Interamericana de Derechos Humanos (OEA. Oct.74), Senado estadounidense (361-16/JUN/86) y Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Chile. Tercera Parte, Capítulo I, Sección 2 f.2.).
Cárcel de cuatro mástiles
“El Almirante Merino -quien se hizo del mando de la Armada al producirse el golpe– y los comandantes posteriores nunca tuvieron el valor de reconocer y pedir disculpas a las víctimas y familiares por haber utilizado como centro de torturas este buque -orgullo de todos los chilenos”, dijo Martínez.
“Este hermoso velero de cuatro mástiles fue convertido en una cárcel flotante donde se interrogaba y torturaba a ciudadanos. Por eso ha sido condenado y repudiado en sus viajes”. Los mas significativo ha sido “la poca colaboración de la Armada de Chile con la justicia chilena. Esto continua hasta el día de hoy”, manifestó Martínez.
Martínez dijo que se está haciendo un llamado “a todos en el Área de la Bahía de San Francisco a repudiar esta visita y seguir repudiándola hasta que el alto mando de la marina, como lo han hecho otras instituciones armadas, reconozca sus acciones en contra de los derechos humanos”.
Testimonio de una víctima
Cuando sucedió el golpe militar “yo ya estaba en una prisión de la Marina, a unos 30 metros sobre los muelles de Valparaíso”, recuerda Salazar. “Teníamos vista panorámica de todo lo que estaba pasando. Vi La Esmeralda y otros buques en el Puerto. Vi a cientos de prisioneros con las manos detrás de sus cabezas, otros amontonados en camiones y buses. Eran trasladados a La Esmeralda a la fuerza…, pude ver claramente la brutalidad y escuchar desgarradores gritos del dolor.
“De apoco, La Esmeralda dejo de ser mi querida ‘dama blanca’. El buque fue trasformado en un centro de tortura y su imagen fue manchada con sangre y dolor para siempre… Días mas tarde los comedores del Cuartel Silva Palma fueron transformados para albergar a docenas de mujeres prisioneras que venían desde La Esmeralda. Escuché sus historias, sus horribles experiencias. La mayoría denunciaron haber sido violadas. Fui testigo de sus horribles condiciones físicas y mentales.
“Sé que la actual tripulación en La Esmeralda no tiene nada que ver con esas atrocidades. No tengo nada en contra de ellos. Solo espero que el alto mando de la Armada reconozca públicamente los formidables errores del pasado”, dijo Salazar.
Cuando el hermoso navío de 4 palos cruce el debajo del puente Golden Gate, y la joven tripulación -como yo a la edad de 17 años- demuestre sus habilidades, los silbatos dicten las órdenes, los cañones saluden y los himnos se escuchen, yo seré transportado 38 años atrás cuando en esa misma Armada yo era un joven marino prisionero y torturado por oponerme al fatídico golpe militar”, concluyó Salazar.