I de II
En la Escuela de Evangelización Juan Pablo II aprendimos el porqué del devastador gran diluvio. Llovió durante cuarenta días y noche. Se borró todo lo que el mortal había corrompido en su camino.
La vida nos pregunta dónde están las buenas acciones?. El clamor es ansiando ver a los corruptos en la barca de Caronte rumbo al infierno, donde los romanos decían iban sus hijos perversos.
Con amargo sabor vemos cercenar la vida, se perdió el vivir en la decencia, las buenas costumbres, honestidad y la indispensable seguridad. Navegamos en un mar de confusos sentimientos, sensación de que nada va bien, con la pinta de algo premeditado, es como echar carne a los lobos hambrientos.
Ningún pueblo subsiste al golpeo constante de las míseras desvergüenzas. Respiramos una atmosfera saturada por pasiones malsanas que enferman, y la salud espiritual pierde la paz.
Hoy viví un momento de alegría al saludar a un alumno de la Academia Naval (promoción 1968). Sonrisas, abrazos y deseos de conversar, pero él andaba asediado por el tiempo. Unos minutos felices y consérvate. Seguí la caminata, la vida vuelve a preguntarme ¿porqué se vive a toda prisa? las dificultades que surgen crean impaciencia y el nerviosismo con signos sintomáticos de una enfermedad muy aguda que le hombre de hoy lleva en su interior.
Como tránsito en el rumbo de la tolerancia, la paciencia la obtengo acudiendo a Dios, sé no estoy sólo, el nunca me abandona. Recuerdo el año 1944 cuando me atrae el Contrato Social de Roseau. “La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce”.
Entregar a Dios las penas, problemas, con la fe de que “pide y se te dará”. Las soluciones vienen, no desesperar. Dios tiene su tiempo y forma. La paciencia es el trato amable con los amigos y familiares. Escuchar, reflexionar, Concebir, ser tolerante, condescender.
Si nos consideramos fuertes debemos soportar las flaquezas de los que creemos débiles y antes de juzgar, mirarnos a nosotros mismo y preguntarnos ¿estoy exigiendo a él algo que yo mismo no poseo?.
No debemos olvidar este pensamiento “Bienaventurado los labios que se abren para bendecir al hermano débil y así también para darle el sostén que él ha de menester”.
Todos en estas singladuras tenemos la obligación de dar, ningunos está excusado, por lo poco que sea aquello con que ayudar. Es una desdicha, teniendo de todo en grande, el egoísmo no permite sacar, entregar a los necesitados, nada absolutamente nada. La avaricia empuja a sumar, acaparar. Es una crisis moral que exige que surja la renovación, la necesaria renovación. Así no todo está perdido. Aprovechar la necesidad de mejorar, enmendar conductas en el camino a seguir. Si conocemos el mal seguro sabemos cómo eliminarlo.
Las cosas pequeñas suelen perjudicar el diario vivir. Permitimos lo que consideramos insignificante, lo poco. Los años hacen percibir que en la vida se discurre ente cosas mínimas, de nimiedades, debemos concebir que los días pasan con cosas en secuencias. Ser vigilantes, ocurre que por falta de un tornillo se daña una máquina. Una cosa de poco valor daña un equipo valioso.
Intimas y pequeñas apetencias con seguidos deseos, van creciendo con el paso de los años y se convierten en fuertes egoísmos sin saciedad, esto que parece una pequeña ansiedad nos corrompió hasta crear una pobreza moral y degeneramos en avaros, insaciables caminos en la corrupción.
Pongámosles atención a esas pequeñas ideas de ansiedad, debemos de eliminarlas. Sólo así podemos evitar ser un insatisfecho de lo que tenemos y caer en la incurable, indetenible voracidad de poseer lo que en sí nos daña. Ser medido en la regla a seguir. Sólo con puros ideales de sanos pensamientos navegaremos en la ruta sana por esta selva humana. Nunca olvidar que la insatisfacción es una enfermedad de la conducta humana. No se gasta en lo que se debe, ni lo que debe, ni cuándo debe.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.