Llorando desconsoladamente, Candelaria Martínez expresó el dolor que desgarraba su alma por la brutal violación y posterior asesinato de su hija de diez años, Eloísa Martínez, a quien definió con una niña amable, obediente e inseparable.
Los gemidos de la desconsolada madre conmovieron el corazón de los vecinos y familiares que estaban a su lado para darle el último adiós al cuerpo sin vida de la infante, ejemplo para la comunidad, definida por sus amiguitos como alegre, que le gustaba compartir sus meriendas y, en clases, ayudaba a los compañeros con las tareas.
Martínez no cesó de pedir justicia, mientras sacaban el féretro de la casa. Su único consuelo es que la muerte de su hija no quede impune y los responsables reciban todo el peso de la Ley, tanto de Dios, como de los hombres.
“Yo sé que el asesino está rondando cerca y quizás observándome, por eso tengo miedo que le haga esto a otra niña; quiero que la policía lo capture cuanto antes”, exclamó Candelaria Martínez.
Eloísa cumpliría once años el 28 de agosto. Cursaba el tercero de la primaria en la escuela básica de Jacagua, Villa Mella y fantaseaba con ser cantante, una gran bióloga o veterinaria, para cuidar a todos los animales que eran maltratados en su barrio.
“Mi niña no le hacía mal a nadie; todos los días veníamos a visitar a mi madre y en ocasiones se quedaba a dormir para que su abuela no estuviera sola. Ahora no me imagino qué será sin ella, no puedo decir lo que siento; pero, se han llevado una parte de mi ser”, manifestó la apesadumbrada madre.
Aunque Candelaria confía en que las autoridades policiales darán con el homicida, su instinto le dicta que antes del lunes sabrá, por sus propios medios, quién es el criminal.
“Ese hombre me la tenía ubicada; Dios mío, ¿cómo le pudo hacer esto a mi hija, que era inseparable a mí, tan cariñosa? Oh Señor, dame consuelo”, suplicaba la señora.
La menor era la última de los siete hijos de Candelaria, por eso su apego era tan grande y sus hermanos: dos hembras y cuatro varones, no pudieron hablar, porque el dolor les impidió pronunciar palabras.
El velatorio de la menor se realizó en la casa de su abuela, Sixta Martínez, ubicada en la calle Braulia Padua, del sector Jacagua, Villa Mella, en Santo Domingo Norte.
Ojalá que este horrendo crimen no vuelva a repetirse en ningún lugar del país, para que los sueños de otras niñas no se vean tronchados, como los de Eloísa Martínez y las autoridades policiales y judiciales lleven a la cárcel al verdugo que le arrancó la vida.
