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Canto alegre a mis 83 años Recuerdos de la Habana Cuba

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Nos permitimos dedicarle este artículo a nuestra dilecta amiga Mercedes Alonzo, directora de este digital, DominianosHoy.com.

La vejez tiene su historia, de alegría y momentos difíciles. De vez en cuando abro la ventana del recuerdo y me veo en otras latitudes. Una experiencia beneficiosa es la Escuela de Guerra Antisubmarina, de los Estados Unidos, en Cayo Hueso, Florida. Durante ocho meses (1954-1955).

Una vez al mes abordaba un destructor, no olvido el Parle-DE-708, rumbo al muelle de Luz, La Habana, Cuba. Con un grupo de compañeros de estudios la alegre, acogedora tierra de José Martí, nos sonreía.

La Habana vieja me atraía con sus librerías, el aromoso café, el alegre gentío y un rumboso carnaval en memoria de Chano Pozo, el rey de las comparsas.

La taberna la Floridita, los viernes y sábado al atardecer con la hora feliz (dos tragos por uno). No soy inclinado a revisar el mal, pero este tiene su mensaje. En la taberna Floridita, que si no ibas a degustar un trago Hemingway, era como no haber ido a la Habana. Las paredes llenas de fotos de los famosos. Hemingway charlando, Miguelito Valdez, el rey del afro, música de los negros africanos, Carmen Miranda, Olga Chorens, Los Chavales de España, El Trío Matamoro, El Trovador Codina, Beny More, Kid Chocolate, Daniel Santos, El Niño Valdez, René Cabel, Ibrahin, César Romero, Rita Montaner, Tongolele y muchos que no conocía.

Era un lugar de encuentros y alegría. Un atardecer encantador, de súbito un silencio profundo nos llama la atención. Los cubanos miraban hacia la barra. Había llegado un oficial de la Policía con un kepis lleno de ramos dorados, bebía un trago y escuchaba al encargado del bar, se mueve y mira a los tertulianos. Su rostro no dibuja educación, amistad y aceptación. Figura obesa como un luchador japonés, pistola calibre 45m. en la cintura. Como a la media hora se fue en un jeep y volvió la alegría.

El sábado en la mañana, en la barbería del hotel, sabiendo que el barbero es una enciclopedia habanera y más conversador que Eduardo Chibas, le describí la figura del oficial de policía y el silencio de los cubanos. Me dice: ese maldito asesino es el jefe de la Policía de Batista, es más malo que su amo. Es el general Salas Cañizares, un cobarde matón, es más cruel que los españoles que les cortaban las manos a los Siboney y le echaban los perros.

Ese no muere en su cama, goza abusando principalmente de los estudiantes. Es de los primeros en la lista, lo van a coger fácil, los crímenes que carga en su grotesca figura no le permitirán huir.

No lo olvides tu oirás que lo mataron en las mismas calles donde hace correr sangre patriota. Ya la fruta se está madurando. Mi viejo dice: el mal no dura tanto ni hay cuerpo que lo resista.

Cuando tu estés en un lugar y se aparezca ese fantasma del atropello y la muerte, con disimulo aléjate.  Es una bestia sanguinaria. Comprendí el desahogo del simpático barbero.

A la huida del dictador Fulgencio Batista, sucesos de la revolución cubana me recordaron las verdades y vaticinios del conversador barbero. Salas Cañizares fue perseguido y pagó sus crímenes. Lo mataron a tiros, palos y pedradas en una de las calles habaneras donde había cometido múltiples tropelías. Se cumplió la ley inevitable: “El que a hierro mata a hierro muere”.

El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.

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