A poco de que arranque en firme la contienda en la que la sociedad habrá de decidir entre ir al retroceso o continuar capeando con planificación, firmeza y sabiduría la terrible crisis económica y alimentaria que asola al mundo, un hecho resalta a ojos vista: un PLD monolíticamente unido se reconforta, mientras en el PRD se reavivan las heridas de la división.
Tanto se han repetido los hipolitistas el absurdo de que doblan las preferencias del PLD, que se han llegado a creer que pueden ganar menospreciando a los seguidores del ingeniero Miguel Vargas, y éstos no se han aguantado sus expresiones de disgusto.
En cambio, en el PLD se trabaja bajo el criterio de que todos son necesarios y en la conformación de los comandos de campaña se ha estado integrando el liderazgo de la organización, sin exclusiones grupales.
En sociedades donde la incidencia de los partidos es determinante, las elecciones las gana el que disponga de la mayor maquinaria compacta, movilizando hacia las mesas la mayor cantidad de electores, distinto a sociedades donde la mayor proporción de ciudadanos se levanta hacia las urnas por cuenta propia.
No puede obviarse que, a diferencia del PLD, donde el 87% de los que fueron a escoger el candidato presidencial favorecieron al ganador, en el PRD lo hizo un 53%, mientras que un 47 consideraba al escogido como inapropiado para conquistar el triunfo.
El otro detalle es que el beneficiario de ese 47% denunció que se le arrebató el triunfo con fraude, contrario a lo que hicieron los precandidatos peledeístas que reconocieron al ganador y le endosaron su respaldo.
Postulando en esta oportunidad al candidato escogido con el menor margen de respaldo interno, el PRD estaba obligado a aprovechar parte del tiempo pasivo de campaña en reconstruir su unidad, pero se entretuvieron estrujándoles a sus propios compañeros encuestas manipuladas, que les auguraban una victoria holgada.
Pero ni los rivales internos a los que se ha pretendido apabullar, ni los adversarios externos se han dejado impresionar.
Hipólito Mejía entendía que insuflando sus expectativas de triunfo, concitaba el endoso de todo el partido, y no ha sido así.
Las juramentaciones de equipos de campaña que ha encabezado se caracterizan por el ausentismo de líderes locales que ni siquiera han sido dignamente convocados a la actividad, bajo el supuesto que son ellos los que deben arrimarse solícitos al carro del triunfo que creen haber conquistado sin que se haya lanzado la primera bola.
La dura advertencia formulada por el ingeniero Miguel Vargas y otros dirigentes del PRD, deja claro que lo que Hipólito ha estado montando es su nueva derrota.
Otro gran contraste es que mientras al presidente del PRD y al candidato presidencial de esa organización se les hace cuesta arriba juntarse, aún con motivos tan naturales como el de la conmemoración del 50 aniversario de la fundación del partido, Leonel Fernández y Danilo Medina pasan revista cada vez que lo entienden oportuno, y diseñan la ofensiva con la que el PLD y sus aliados conquistarán los votos para ganar las elecciones del 20 de mayo del año próximo, en primera vuelta.