Disfrutaba el paseo, recordaba singladuras por el mar de los Tainos. El mar dueño de tantas aventuras, verlo desde el automóvil era realmente refrescante.
El malecón con su perenne brisa yodada, la música de las olas rompiendo las rocas y las palmeras como serviolas del pasado ancladas en la tierra caribeña. Fue rutina agradable.
Me alejé de esos momentos necesarios, un desagrado perturba, esa indolencia vergonzosa ver el parque Eugenio María de Hostos, cerrado, abandonado, insalubridad que padece la vecindad. Retrato fiel de irresponsabilidad.
Panorama de desamor, descuido, no hay interés en el ornato, irrespeto evidente contra la ciudadanía, es inaceptable esta increíble actitud de una sindicatura.
¡Que vergüenza el oído cerrado a los reclamos justos de civilizados grupos de personas maltratadas. Solo el reclamo con violencia hace que el mal sea atendido! Mediocridad humana.
Este mal social es consecuencia de la ausencia del sentimiento penoso de la propia indignidad, que ocasiona la falta cometida o por alguna acción o estado deshonroso o humillante. Me refiero en sí a la vergüenza. Esa que causa deshonor. No tienen la vergüenza que incita a desandar las malas acciones.
El desacato del alma tiene su constante escalera que la impulsa, la eleva al dominio, es insaciable como la tierra seca. La ambición se entroniza cuando el hombre está corrompido por la avaricia y el desenfreno, dan la espalda a la acción moral, pero son felices como una honorable prosperidad. Esa miseria espiritual los lleva a la antesala de la muerte cívica. Al final, de nada servirá la riqueza cuando se pierde el alma.
Sólo el encuentro con Dios se cae en el temor y éste reprime la pasión y se apaga la fiebre la avaricia. De ahí se camina hacia el bien, beneficioso para todos.
La riqueza elimina el plan de Dios que nos crea en una unidad humana con el vínculo de hermandad y concordia que necesita la vida en sociedad de respeto mutuo.
La mente acomodada, aislada del vínculo fraterno que crea el amor, no concibe que se hagan pasajeros de la barca del viejo Caronte y no irán al jardín del amor. Su ruta es la del que tuvo como Dios al dinero, el infierno ardiente del que no ama.
Leyendo a Gabriel Jorge Castella, reflexioné, estuve acorde con su sentido de responsabilidad. “Para el hombre mediocre la responsabilidad es una carga y la vive como agobio. Para el hombre superior es un privilegio de la existencia y la vive como su contribución a la armonía universal”.
La democracia dominicana está dominada por espíritus embriagados de perversidades graves, violaciones la Constitución y leyes que nos hace ciudadanos de un país pobre.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra