A mi no hay quien me convenza de que una persona que haya invertido “su dinero” en una demarcación determinada para convertirse luego en legislador, llámese diputado o senador, lo haga con la finalidad de sacrificarse por quienes le dieron su voto el día de las elecciones. Eso es mucha mentira de quien lo diga.
Esto es para estrellarse de la risa y votar el stress, porque en ese sentido escuchamos al diputado Rafael Méndez, nativo del empobrecido municipio sureño de Villa Jaragua, de la provincia Bahoruco, decir en un programa matutino de radio que “el salario y los beneficios que recibe un legislador no son rentables, porque lo invierten en los problemas de la gente de su comunidad”. ¡Avemaría Purísima!
Está más que demostrado que para ser legislador no hay que tener capacidad de nada y formación ninguna. Solo vasta tener un poco de dinero para repartirlo entre militantes y simpatizantes de su mismo partido y lograr ganar las primarias internas.
El que logra una diputación en un pueblito pequeño, como Villa Jaragua, donde la mayoría de las familias come guineo hervido vacío, al año tiene su problema personal resuelto y el de lo suyos, con una casa nueva en la capital, vehículo de lujo y sus hijos con visas y blazer en sus dentaduras.
Nadie ha visto nunca a un diputado entregar su sueldo del mes al cuerpo de bombero, a la comunidad educativa, a las iglesias, a la policía o al ayuntamiento para resolver problemas troncales propios del municipio.
Cuando un diputado llega a su comunidad se le acercan viejitos, discapacitados y parte de la clientela que le dio el voto, en señal de que su campaña fue: “voten por mí, que cuando llegue le daré parte de mi sueldo”. Y ahí se queda todo. El diputado con su riqueza y su demagogia y los clientes y el pueblo en general con sus miserias.
Todavía una franja importante de la población no sabe por quién vota en unas elecciones de medio término.
La gente desconoce que un segmento muy reducido de los diputados se familiariza con la palabra legislación; muchos no saben qué es un proyecto de ley y por lo tanto desconocen el papel de un legislador.
La mayoría de los candidatos a estos puestos solo los mueve el deseo de llegar al congreso para degustar del pastelón relleno de varias carnes, acompañado de una suculenta ensalada ahogada en aceite verde.
El fin es el que justifica los medios, por eso las propuestas, los programas, las leyes a someter, los planes de acción y la agenda a desarrollar sobran, por lo tanto los aspirantes solo se ocupan de agenciarse un par de millones de pesos, distribuirlos entre militantes y simpatizantes de su partido y luchar por ganar sus primarias internas.
Parecería que lo único que importa es que en la actualidad un diputado lleva a cada mes a sus bolsillos la friolera de 322 mil pesos, distribuidos en 117 mil de salario base, el cual cobra aunque no asista a ninguna sesión durante los cuatro años, 45 mil de dieta, 23 mil para gastos de representación, 87 mil del plan de ayuda que manejan mensualmente y un fondo social de 50 mil pesos que cada mes la Cámara de Diputados le repone a cada miembro.
A esto le sumamos los 4 mil pesos que reciben por asistir a cada sesión, imagínense acudir a por lo menos 10 en un mes.
Por cada comisión que el diputado participa recibe entre 3 mil y 4,500 pesos, algunos forman parte hasta de tres comisiones.
Todos los miembros de la cámara de diputados cuentan con una nominita y un personal a su servicio: asistentes, un chofer y una secretaria, poseen además, un celular y la asignación para combustibles, todo cubierto por la cámara baja.
Los diputados se olvidaron que son funcionarios públicos, electo por los dominicanos, que aunque deben conocer sus comunidades y trabajar por mejorar las condiciones de sus habitantes, su rol es hacer leyes y someterlas por ante el hemiciclo para su aprobación.