El articulista, escritor y periodista Xavier Caño Tamayo, recuerda en uno de sus reflexivos trabajos cómo la vergüenza del hambre castiga de nuevo el planeta: “Dos Cumbre Mundiales de la Alimentación (1996 y 2002) se propusieron erradicar como Objetivo mundial de Desarrollo y la Cumbre del (2000), aprobó reducir el hambre a la mitad en 2015. Pero hoy hay más hambrientos”.
Tal y como refleja la FAO, la agencia de la ONU para combatir el hambre, en 1990 eran 823 millones los hambrientos y en 2007, 861. En los días que corren se habla de más de 900 millones de personas que padecen hambre crónica. A todo esto se suma el aumento del precio de los alimentos, lo cual ha ocasionado una auténtica crisis en estos tiempos.
El economista Juan Torres López pregunta: “¿Qué mundo hemos permitido hacer? … Que nadie se extrañe, si los miserables se toman algún día la libertad de arrebatar como sea sus inmorales privilegios”.
Las historias se multiplican y duelen hondo, como esta de la mujer africana que coloca una olla con agua con “algo” sobre el fuego, frente a sus tres hijitos “que la siguen mirando como hipnotizados. Pronto el vapor de agua voltea alegre sobre el recipiente. Son las ocho de la tarde y el sol está a punto de ponerse. Los niños miran el vapor con fijeza. Finalmente, los vence el sueño. La mujer apaga el fuego y se tiende al lado de sus hijos. En el interior de la olla sólo hay agua y piedras”.
Aclara el citado texto que no es literatura, sino un hecho real que se repite en África, en América y en tantos puntos del orbe y que debe provocar mucha vergüenza en quienes no hacen nada por erradicar ese terrible flagelo, aun teniendo los recursos para ello.