Los viernes los chicos sabemos es noche de historias y cuentos. Mamá sonríe y nos brinda un sabroso dulce de guayaba. Papá en la inquieta mecedora, preciso, no se pierde en un mundo de imágenes, hacía memoria buscando en la década de usurpación algún episodio. Narraba con el pesar que acompaña lo vivido en inseguridades y atropellos.
Al comenzar un nudo detuvo su voz, se levantó y bebió agua de la tinaja. Al sentarse, la mirada pasa por la ventana y lo escuchamos: nuestro vecino, el señor Zapata es una de las víctimas de los abusos de los perversos soldados americanos. En Hato Mayor buscaban a Ramón Natera, quien con un grupo de hombres sin miedo no aceptaron sus atropellos y se fueron para los campos.
El señor Zapata había salido de su trabajo, lo agarraron los soldados y lo llevaron al cuartel. Lo amarraron con los brazos atrás, le preguntaban por Natera, él contestaba que no sabía nada, que no lo conocía. Le aplicaron el suplicio del embudo. Echándole agua por las orejas y como nada decía, seguían echándole agua hasta que comenzó a toser. Por la nariz y boca salía agua y se desmayó. Le quitaron la soga, cayó al suelo y a empujones lo sacaron para la calle, tirándolo al suelo.
Unos amigos lo llevaron a su casa, caminando los pulmones lo sacudían tosiendo, salía agua por las orejas, nariz y boca. Le hablaban y solo gesticulaba indicando que no oía, Se le dificultaba hablar. Ahí está con su triste carga de inutilidad que le impide oír.
Aquí en Macorís un grupo de músicos, Bustamante, Ventura, Los Hermanos Arredondo, Martínez, Combé, Palenque, Atanay, Solano y Pérez el cantante, tocábamos en cumpleaños, en los centros sociales, serenatas, bailes en los barrios Miramar, El Silencio, Placer Bonito, en la puerta del Ingenio Santa Fe, en la común Ramón Santana. Ganábamos buena plata.
Desde que llegaron los gringos estos hacían rondas de noche en unos mulos grandes y al que veían tarde de la noche lo llevaban preso. Las madres y señoritas temían ser abusada. Eso nos perjudicó, se suspendieron los bailes y serenatas. El pueblo de noche era de puertas cerradas.
Tan pronto se fueron los soldados en el 1926, volvió la vida, comenzaron los bailes. Lo único bueno que hicieron fue el edificio de ladrillos de dos pisos donde está la escuela de las muchachas. Bueno chico pidan la bendición y a dormir.
Yo era un chico inquieto, iba a la cama pensando que mi papá con sus relatos me estaba enseñando a pensar, no para que supiera mucho, sino para poder atisbar el trasfondo de las cosas, principalmente de los hombres.
Papá encontró su existencia a los 12 años al quedar huérfano cuidando a su madre y hermana menor. Lo observé en su vida con Dios, sus rezos era una conversación, y recibía la intuición de Dios. Sigo escuchando a mi padre resucitado en mis ojos en aquellas noches cuando estaba en la niñez.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.