Al introducir las charlas “Danilo Medina en la Perspectiva Histórica Dominicana” y “Danilo Medina, Lo Mejor Para Todos”, a cargo de Euri Cabral y de este servidor, Virgilio López y Chito Naut, definieron a Azua como ciudad de el sol y capital de la cultura, a lo que me permití agregar que estábamos en el lar más representativo de la patria.
Por mi pensamiento atravesaba un escrito de José Miguel Soto Jiménez, en “Memorias de Concho Primo”, sobre el que he vuelto una y otra vez: “Guayubín es en el norte lo que Azua es en el sur: lámpara votiva de la libertad dominicana.
En la Guerra de la Independencia, en la ciudad de Compostela se posó varias veces el índice acerado de la epopeya y la guerra entre la montaña y el mar; sobre sus tierras ardientes, la mañosa complicidad de los machetes sembró sus frutos libertarios.
En ocasiones, la victoria le sonrió al criollo con cara de hembra enamorada; en otras, lo desdeñó, le dio “calabazas”, aunque siempre le aceptó gustosa el ofertorio de los halagos de su valor y de sus sacrificios. Porque cuando el usurpador no fue vencido allí, antemural de la República, jamás pasó del lecho pedregoso del río Ocoa. Así Azua fue varias veces incendiada por el enemigo cada vez que tenía que retirarse vencido por nuestras armas…”
Euclides Gutiérrez Félix, sostiene que la batalla del 19 de marzo debe llamarse batalla de Azua, y he estado sustentando en el periplo por todo el país y por los lugares donde se encuentra la diáspora dominicana, que la suerte del primero de los intentos de Haití, por anular la hazaña de los trinitarios, como lo hicieron con la independencia de José Núñez de Cáceres, se definió en Azua.
El 30 de marzo Santiago defendió la obra de Duarte con arrojo y dignidad, pero ya Azua, había realizado el aporte más determinante para la derrota de los haitianos. De las tres divisiones que el invasor introdujo al territorio dominicano, con diez mil hombres cada una, dos creyeron que se reunirían victoriosas en Azua, pero no fue así, primero porque el camino había sido cargado de obstáculos por las emboscada con la que el coraje dominicano les aguardó en algunos recodos, y en Compostela les aguardaba un ejército de desarrapados traídos desde las fincas del Seibo, por su compadre, Pedro Santana, pero que se entregaron a dar lo mejor de sí para no ser vencidos.
Charles Herard, que había dispuesto la invasión y que encabezaba una de las divisiones, se percató de un mensaje que debieron asimilarlo, quienes en otras tres oportunidades decidieron marchar sobre el suelo dominicano, y es que éstos no volverían a recibir a ningún otro intruso de la manera resignada que capitularon frente al presidente Boyer.
Por eso regresaron en el 1845, 1849 y 1855, y para que Azua no padeciera de nuevo la ira del invasor que la quemaba al retirarse derrotado, la meta fue pararlos más próximo a la frontera, como se hizo cuando el general Soulouque, que se autodesignó como Faustin I, quiso reinar a ambos lados de la isla, al general José María Cabral se le encargó una misión, que cumplió más que por miedo por su dignidad patriótica.
Santana le había amenazado con fusilarlos “si los mañeses” llegan a beber agua del río San Juan, y no pasaron de Las Matas de Farfán, donde Cabral y sus hombres lo aguardaron dispuesto a todo, recibieron el valioso refuerzo de un escuadrón de caballería de Baní del que formaba parte Máximo Gómez.
Esa es la batalla en la que un soldado previene al general Cabral de que el lugar en el que se había colocado lo podrían matar y éste respondió: “Yo no estoy aquí para cuidar mi vida, sino para salvar la independencia nacional”.