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Recuerdo de mi adolescencia

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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San Pedro de Macorís, 1942
 
 
Residíamos cerca del muelle, íbamos a ver los barcos que venían de Inglaterra a llevar azúcar. Otros barcos cargaban en el antepuerto protegidos por una malla de acero contra los torpedos de los submarinos alemanes.
 
Al doctor Carl T. George se lo llevaron preso para los Estados Unidos, acusado de que en el hospital tenía un sistema de radio que se comunicaba con los submarinos alemanes y avisaba cuando salían los barcos. Mi papá nos dijo que no era verdad. El pueblo se entristeció. El doctor era un benefactor amaba a los pobres y no le cobraba cuando los atendía. Al regreso del doctor el pueblo entero lo celebró y fue al hospital a verlo.
 
Los marinos ingleses se divertían paseando en coche, algunos iban a la iglesia. Otros no salían, los llamaban “culíes” nativos de la India. Estos siempre estaban trabajando y comían sentado en la cubierta alrededor de una vasija de donde sacaban la comida con los dedos.
 
Los barcos tenían un cañón en la popa. Las noticias eran de que los submarinos alemanes los torpedeaban cuando iban en convoy hacia Inglaterra.
 
Por la noche antes de ir a la Biblioteca Municipal, iba al parque Salvador, me sentaba en un banco entre los hombres a oír las noticias de la guerra. Gracias a un señor que residía frente al parque, sentado en una mecedora en la acera, le subía el volumen al radio marca Telefunken. Oíamos la estación B.B.C. de Londres. La sirena avisando que los aviones alemanes se acercaban a bombardear la ciudad. Ruidos espantosos de edificios derrumbándose, el silbido funesto de las bombas cortando el aire, los macabros ruidos de los motores de los aviones, el sólido sonido de los cañones y ametralladoras disparando contra los aviones.
 
El ejército Nazi ocupando países, miles de prisioneros en campo de concentración. Paracaidistas con bicicletas y ametralladoras de mano en el cielo de los pueblos y ocupando terrenos con el ejército. Unos tanques que destruían todo bajo el mando de un general alemán llamado Guderián.
 
Horribles combates sangrientos cuerpo a cuerpo con bayonetas, asaltos a trincheras. Eran noticias espeluznantes que nos entristecía. Me ponía a pensar y no entendía el porqué se odiaban hasta matarse y destruían todo. Realmente la mente adolescente se turbaba y llegaba a creerlos endemoniados y me preguntaba ¿por qué tanta crueldad que ni los niños y ancianos les importaba?, me decía a mí mismo, esos europeos son peores que salvajes.
 
Mi papá me había relatado que en la primera guerra mundial murieron millones de personas. Que los políticos eran muy apasionados, perdían la razón y los conflictos entre naciones lo resolvían con los cañones y fusiles.
 
Mi mente inquieta buscaba, ansiaba entender, creía en otra solución de los problemas entre los hombres, esto me impulsaba ir al Ateneo y pasando páginas me horroriza el escritor Issac María Remarque, quien narra el drama de la guerra en su libro “Sin Novedad en el Frente”. Comprendí que el hombre siempre ha sido el enemigo del hombre.
 
Han transcurrido 69 años de aquellas atrocidades que no concebía y solo pienso: si los gobernantes que deciden las guerras tuvieran ellos que ir a matarse, todo sería muy distinto.
 
El hombre continúa de espalda a Dios, no ama y ha perdido la esencia de la vida, convertido en el gran enemigo de sí mismo.
 
Si escucha a Dios de seguro erradicaría el egoísmo, decidiría ver al hombre como su otro yo y el amor iluminaría con su fuerza sublime, el mundo de las naciones sería una hermandad universal.
 
Se ha quedado en mí interior este pensamiento de Kempis. “Yo me perdí amándome, más buscándote a ti y amándote, me he hallado a mí mismo”.
 
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.

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