El Cairo.- Tras el triunfo de la revolución que acabó con 30 años de gobierno de Hosni Mubarak, la euforia ha dado paso a la incertidumbre en Egipto, con una junta militar remisa a soltar las riendas y una titubeante democracia que parece encumbrar a los islamistas.
La celebración desde diciembre de unos complejos comicios legislativos que acabarán el próximo marzo es el primer paso de la transición, que deberá finalizar con la transferencia del poder a un presidente civil elegido antes de junio de 2012.
Sin embargo, la exaltación con que los egipcios recibieron la caída de Mubarak se ha visto truncada por un proceso lento hasta la exasperación y por numerosos episodios de violencia que han erosionado la moral del país.
Con 30 palabras y en 30 segundos, el entonces vicepresidente Omar Suleimán ventiló 30 años de autoritarismo y frustración.
«El presidente Mohamed Hosni Mubarak ha decidido renunciar al cargo de presidente de la República y ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas administrar los asuntos del país».
Un escalofrío recorrió ese 11 de febrero la espina dorsal de todos los egipcios, que nunca hubieran podido imaginar tres semanas antes que la fuerza del pueblo, combinada con la presión de los militares, iba a lograr derribar un régimen aparentemente granítico.
La protesta que un grupo de jóvenes había convocado a través de las redes sociales para el 25 de enero, al calor de la triunfante revolución tunecina, contó con un apoyo impensable desde el primer momento.
Tres días más tarde, cientos de miles de personas en la plaza Tahrir y en las principales ciudades del país se unieron a un grito que logró unir a todas las voces: «¡Vete!».
La revolución egipcia regaló imágenes poderosas para los libros de historia: miles de zapatos se alzaron en silencio en Tahrir el 10 de febrero, cuando Mubarak, en una última estratagema fallida, anunció que no se iba en el discurso que debía ser su despedida.
Otra de las escenas que ya forman parte del patrimonio de la incierta Primavera Árabe es la de Mubarak en camilla, entre rejas como un delincuente, juzgado por su propio pueblo por sus desmanes y por la muerte de casi mil personas.
Pero librarse del viejo «faraón» no era el final del camino, como han comprobado los egipcios, incapaces hasta ahora de definir un camino claro hacia la democracia, una vez que la exigencia que los mantenía cohesionados ya se hizo realidad.
Pese a que los jóvenes han vuelto a salir a Tahrir para reclamar a la Junta Militar que deje el poder, los generales encabezados por Husein Tantaui han dejado claro que no piensan marcharse hasta las presidenciales de 2012.
En varios momentos la transición ha parecido a punto de descarrilar, como tras la masacre de Maspero en octubre, cuando 25 personas, en su mayoría cristianos coptos, murieron a manos de los militares en una protesta contra la quema de una iglesia en el sur de Egipto.
Incluso el renovado desafío de Tahrir a la autoridad castrense a finales de noviembre, en unos enfrentamientos que acabaron con 38 víctimas mortales, hizo pensar por momentos que también caería la Junta Militar.
Sin embargo, la primera piedra angular para el proceso de transición, las elecciones legislativas, se desarrolla hasta el momento dentro de unos estándares democráticos aceptables, pese a un sinfín de irregularidades.
Todo apunta a que el enrevesado proceso electoral que debe terminar en marzo de 2012 encumbrará a los partidos islamistas, con los Hermanos Musulmanes como la gran fuerza llamada a dominar el primer Parlamento democrático.
Tras ellos se perfilan los salafistas (fundamentalistas islámicos) de Al Nur, que obtuvieron uno de cada cuatro votos en la primera de las tres rondas en que están divididos los comicios a la Cámara Baja.
Tanto los Hermanos Musulmanes como los salafistas han llegado durante décadas a aquellos rincones donde el Estado de Mubarak nunca aparecía, siempre a través de mezquitas y de asociaciones de caridad.
Ahora, con la convicción de que el tiempo juega a su favor, los islamistas recogen los frutos de una revolución que siempre vieron desde la segunda fila y de la labor filantrópica a la que se dedicaron con denuedo durante los oscuros años del «mubarakismo». EFE