Antuán Cimá, un dominicano descendiente de padres haitianos, entró a trabajar en el ingenio Porvenir propiedad del Consejo Estatal del Azúcar (CEA), en San Pedro de Macorís en 1951.
Se inició a la edad de 8 años, regando semillas con un saco a cuestas, por lo que le pagaban cinco pesos al mes.
Desde entonces, su vida transcurrió de un ingenio a otro, pasando por el Río Haina, Katarey, Montellanos y el San Luís. Hoy vive de la poca ayuda que puede darle una hija o algún amigo. Cimá es uno de los 22 mil trabajadores de la caña de azúcar que le llegó la vejez sin casa, sin seguro de vida y sin una pensión que le garantice alimentos y medicina.
“Yo nunca podía pensar que a esta fecha no iba a contar con mi pensión, ya que la Ley dice que ésta debe llegar a la edad de sesenta años, pero nos han puesto a coger lucha y creado una situación de engaño al trabajador”, narró el jornalero con frente sudorosa y voz entrecortada, casi a punto de llorar por la impotencia de no ver satisfechas sus necesidades.
Antuán Cimá terminó su trabajo como cortador de caña en el año 1999, en el ingenio Katarey, Villa Altagracia y desde el 2007 anda detrás de su pensión, la cual teme morir sin lograrla. Es del grupo de ancianos que durante tres días montaron una vigilia para reclamar su pensión frente al Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS), y seguirán en ella.
En su edad productiva tuvo tres hijos, una hembra de 18 años y dos varones de 34 y 48, ninguno de los cuales llegaron a ser profesionales, situación que les llevó a seguir sus pasos, de vivir echando días de trabajo para sobrevivir.
A sus 72 años, Antúan sufre de tres enfermedades y ha tenido que vender hasta la estufa para poder mantenerse. Debe 16 mil pesos y está esperanzado en recibir la pensión del IDSS, aunque sea de 5 mil pesos, para honrar sus compromisos de deudas, en el municipio de Maimón donde reside.
“Me han maltratado de una forma que yo no pensaba nunca, ya que soy un hombre que hice de todo en los campos de caña, hasta domar bueyes. A mi edad lo único que he recibido del Gobierno ha sido una burla, un relajo”, comentó el desafortunado hombre.
“Cuando existían los ingenios, las pensiones se conseguían más suave, pero al llegar este Gobierno lo desbarató todo; ya que para él nosotros estamos muertos, porque no hay derecho para reclamar nada.
“Dios debe ayudarnos a los que aún estamos vivos y que no nos pase como a muchos otros, que han muerto sin lograr su pensión. Siento que mi ánimo no está para muchas cosas. No cuento con recursos ni siquiera con qué comprar la pastilla para el tratamiento de la próstata. Una vez fui a Bonao a hacerme unos estudios, pero no pude porque cuando me pidieron la tarjeta de seguros, al no presentarla, no me atendieron.
“Clamamos al gobierno que tenga piedad con nosotros y nos otorgue esa miserable pensión de cinco mil pesos, para nosotros dejar de estar en esta lucha noche y día”, narró el corpulento y cansado hombre de piel oscura.
Dos días antes de esta narración, Antuán explicó que enterraron a un compañero de jornada en los ingenios, quien murió de cáncer de próstata y tuvieron que hacer colecta para cubrirle el funeral. Ahora en su lugar, la esposa se integrará a la lucha que libran: “Este hombre batalló mucho con la enfermedad, pero al no tener recursos… ¡imagínese!”.
Considera que la forma en que el Gobierno trata a sectores como el que representa es un atraso para el país: “Trujillo tenía su falta, pero sentía respeto para los trabajadores. Ahora usted no es dueño de nada, porque el Gobierno no puede controlar nada”.
Antuán Cimá se detiene momentáneamente en su coloquio y respira profundo. Le toca hablar de su esposa, quien hace años murió de varios quebrantos. Aún siente la impotencia por no haber podido ayudar lo suficiente a su pareja, a falta de recursos. Desde entonces no se ha vuelto a casar, sólo le quedó refugiarse en la religión cristiana”.
Antúan se despide con la promesa de que se mantendrá junto a sus compañeros frente al Instituto del Seguro Social (IDSS), donde han amenazado continuar sus demandas e instalarse en carpas junto a sus familiares, a fin de sensibilizar a las autoridades sobre sus reclamos.
Antuán: 50 años de trabajo en ingenios y vive de la caridad
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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