En el país, las informaciones cruzadas dan al traste. Por un lado aseveran que la economía prospera; pero, una buena parte de la población se mantiene en la pobreza. Se habla, a su vez, de “que es necesario trabajar para aumentar los ingresos y fortalecer la seguridad ciudadana”, en tanto que la realidad social provoca un rechazo lógico ante la desigualdad exorbitante de quienes andan apenas con lo mínimo o nada y aquellos cuyas riquezas se expanden indolentes ante todas las miradas.
No se equivocan quienes han dicho siempre que lo que debía hacerse es reducir los gastos del gobierno, comprimir las plantillas infladas y no apretar a los más vulnerables.
La transferencia de los altos precios del petróleo a los hombros de familias que pagan para sobrevivir y el argumento que tales medidas responden a las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, sólo causa más molestias y ese sentimiento de lo imponderable que suma más angustias a la población.
No pueden ser aceptados, ni paquetazos impositivos, ni impuestos sucesivos por quienes, desde un lado de la balanza ven como en el otro extremo se multiplican los derroches y despilfarros del gasto público.
Las promesas dan al traste con los cumplimientos de estas. Se había prometido no subir las tarifas eléctricas y no ha sido así. La corrupción administrativa se fortalece y el drenaje se extiende a favor de los que más tienen. En días en los cuales los partidos contendientes para alcanzar el máximo poder en República Dominicana en 2012, prometen indiscriminadamente, la realidad indica que se requieren cambios y lo peor es que no acaba de verse con claridad qué programa responde totalmente a estos imprescindibles requerimientos.