Que Haití haya recibido apenas la mitad del pedido de ayuda hecho por la Organización de Naciones Unidas (ONU), para el año pasado y en lo que va de 2012, nada más que un 8,5 por ciento de lo previsto, no es sólo lamentado por Naciones Unidas, sino, además, por todo el mundo y, particularmente, por República Dominicana, donde los dolores y penas del vecino pueblo repercuten de manera total.
Según plantea Nigel Fisher, coordinador de asistencia humanitaria para Haití, en 2011 “la solicitud de asistencia ascendió a 382 millones de dólares, de los cuales fue entregado un 55 por ciento, mientras que en 2012 el reclamo fue de 231 millones”.
No sólo la institución mundial reconoce y denuncia que la carencia de financiamiento pone en peligro la respuesta a cualquier repentino desastre ante la estación de lluvias, sino que los programas actuales, que tienen que ver con el sentido humano de esos miles de seres que viven en tiendas de campaña en pésimas condiciones, parece ser infinito.
La epidemia de cólera dejó más de siete mil muertos y contagió a casi medio millón de personas; pero el desafío colapsa ante la anorexia humanitaria, sobre todo de quienes pueden y, sin embargo, posponen.
Naciones Unidas señala que “para el período abril-junio de este año se requieren casi 54 millones de dólares destinados a asegurar los servicios dentro de los campamentos, proteger los campos agrícolas de eventuales inundaciones y continuar el combate contra el cólera”. Todo lo cual, unido a la necesidad del agua potable y otras labores de saneamiento e higiene, hacen pensar que la catástrofe crece como bola de nieve, a pesar de que todos saben el tamaño de peligrosidad para el mundo entero que significa la situación haitiana.
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