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RD: pasión y amor por el patrimonio, en el baúl del olvido

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Acabo de participar en el diplomado Medios para comunicar el Patrimonio, celebrado en La Habana- Cuba, del 18 junio al 6 de julio, y la experiencia adquirida fue maravillosa e inigualable, por la fuerza y el coraje con que los cubanos defienden y valoran su propiedad universal.
 
Visitar cada esquina y calle de la Habana Vieja es una práctica emocionante y más aún al conocer la historia de cómo un lugar deprimido se convirtió en el Centro Histórico por excelencia de Cuba y todo gracias a la labor incansable de un hombre que se armó de valentía y luchó para que esos lugares que permanecían abandonados volvieran a ser atractivos ante la mirada de todos.
 
Ese hombre se llama Eusebio Leal Spengler, quien desde su vida universitaria se ingenió cualquier tipo de señuelo para atraer a las personas que pasaban indiferentes por las casonas abandonadas, sin saber el legado y la riqueza histórica que poseían. De esa forma Leal fue educando a la población, con mucha paciencia y astucia, hasta lograr hoy en día que cada ciudadano sea el guardián más celoso de su patrimonio y belleza natural.
 
Observar con el amor que cada hijo de la patria de José Martí habla de sus monumentos, estatuas, riqueza natural y subacuática, por sencilla que sea, logra que ese afecto se contagie entre turistas y visitantes, tal como sucedió con la delegación de estudiantes latinoamericanos que participamos en el diplomado.
 
Sin embargo, lo que más me conmovió fue volver la mirada hacia atrás y recordar que yo provenía de un país donde no se valora el patrimonio, la mayoría de los dominicanos no conocen su herencia universal y mucho menos saben que contamos con el honor de ser la tierra de las primicias con un primer hospital, universidad, iglesia, calle y aduana en el Nuevo Mundo.
 
Mientras oía hablar a los profesores y alumnos de la hermana tierra de Cuba de sus patrimonios tangibles e intangibles, me imaginaba que harían ellos para explotar todos esos privilegios que la historia le regaló a la República Dominicana, como el honor de recibir de la Corona Española la Carta Real y el título de sede central de la administración del Nuevo Mundo.
 
Lamentablemente, entendí que en la Patria de Duarte la pasión y el amor por el conocimiento han sido depositados en el baúl del olvido, convirtiendo a una parte de la presente generación en autómatas idiotizados, a quienes solo les interesan las banalidades y los asuntos superficiales, alejando aun más al ser humano de esa riqueza espiritual que emana de la comprensión y el esfuerzo erigidos por nuestros antepasados para dejarnos un legado invaluable de su sabiduría.
 
Todo esto trae como consecuencia que en muchos países, donde la noticia es una mercancía, los temas culturales resulten aburridos al no contar con el componente del morbo y el chisme que atrae a muchos seres humanos.
 
Además, si algo debe rescatarse y no perderse jamás es el sentido de pertenencia, que conlleva al ciudadano a convertirse en centinela y ente promotor de la belleza y tesoros arquitectónicos, naturales y culturales de su país.
 
Otro punto neurálgico es el poco interés de las autoridades para promocionar y lograr que la sociedad se sienta orgullosa de su herencia patrimonial y en el caso nuestro de su dominicanidad, que forma parte de la identidad nacional.
 
A todo ello debe añadirse la necesidad de políticas de concienciación que impregnen en los jóvenes el deseo por conocer sus monumentos, respetarlos y sentirse privilegiados de su existencia en el suelo que les ha visto nacer.
 
La casi nula participación de los medios de comunicación para transmitir el patrimonio, se afilia a las anteriores situaciones.
 
Ante todo este panorama de admiración y decepción me propuse aportar mi granito de arena para que mis compatriotas despierten de su letargo y se conviertan en ciudadanos interesados por su patrimonio y su país.

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