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Perdimos la naturaleza propia y necesaria. Recuperarla

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Resido en la selva humana más peligrosa de este país, la ciudad de Santo Domingo. En cada orto al leer la prensa palpo el acontecer, perenne desafío, intereses y perversidades de todo tipo, la lucha del hombre contra el hombre. El hombre le causa más males a su otro yo que la violencia de la naturaleza. Locura que acrecienta, no se detienen, menos se auto-analizan para ver sus propósitos y sobretodo no abren su mente para que el amor entre, y verse en el otro ciudadano. Es fácil, solo aceptar que la vida está llena de belleza, armonía, vínculo de  amistad y solidaridad.
 
La bendición de sentir disminuidas las fuerzas no me pliegan, sentimos el fuerte impulso espiritual de que nada hemos perdido, todo lo contrario, he descubierto que el mundo de posibilidades incalculables está en el que comprende que no es un solitario. Todos nos necesitamos y podemos ser felices envueltos en un amplio abrazo de ternura fraterna, hermandad.
 
Las noticias me dicen que todo lo que pienso y escribo referente al amor del hombre por el hombre es pura imagen de un objeto que llevo en la conciencia distinto de cómo es en realidad, que nunca viviré la alegría que produciría la realización de mi deseo. Como vivo cuestionándome, no me engaño. La tenacidad y obstinación se mantienen, actitud a pesar de las tormentas espirituales de los hombres. Es que como me conozco, no me niego. Estamos firmes en fe, el final es el bien.
 
Comienzo el día meditando los salmos 23 y 24, hablo con Dios. Luego busco en la memoria. Ahora se presentan las lecturas en Cannes, 1953. Era sublime leer y traducir copiando del idioma suave, lírico que disertaron Mounier, Moliere, Rosseau, Merleau Ponty, Montaigne, Mautain, Montesquieu y Bossuet. ¡Ah el rarísimo, de mente ágil, que filosofaba por las calles de Atenas, contestando a los que ansiaban aprender! Diógenes, apodado el perro.
 
Este filósofo cínico, refunfuñón una mañana soleada con una lámpara encendida, caminaba lentamente mirando para todas partes. Se le acerca un grupo de hombres y él escucha: Está ciego, búsquenle un bastón. Él con una semisonrisa les dice: busco a un hombre honesto.
 
Lisias el que vendía fármacos muy caros le pregunta ¿crees en los dioses?  Le contesta: seguro que sí, cuando sé que te repudian.
 
Un joven le dice. Sabio permíteme estar cerca de ti. Diógenes le extiende un pedacito de queso para que lo llevara, el joven no muestra deseos de hacerlo. El filósofo le dice: un quesito rompe la amistad. Otro joven que viste ropa de lujo le pregunta. ¿A qué hora se debe comer? Diógenes pasea su mirada por su distinguida vestimenta y le dice: eres rico, cuando quiera, el pobre cuando pueda.
 
A un conocido por su politeia, ofrecimientos que no cumplía. A esto le llamamos demagogia. Le dijo: eres siervo de las masas.
Un anciano le pregunta. ¿Qué piensas de la vida? Le contestó: tener preparada la razón o el lazo que aprieta el cuello. Se le acerca un disertante lirista y Diógenes le dice: te dedicas a afinar las cuerdas y tienes desafinados los impulsos del alma. Aquel con su oratoria dice preocuparse de las cosas buenas y jamás la practica. Mi amigo que reprocha el dinero, lo vive adorando, es un avaro. Todos al comprar un jarro lo hacen sonar para comprobar el metal, pero con el hombre se conforman con su aspecto.
 
Uno que se dedicaba a cazar animales le preguntó, ¿cuál de las  bestias muerde más dañosamente? Le contestó: de los salvajes el Sicofanto,  de los domésticos, el adulador.
 
Un jovencito le preguntó ¿Qué es lo más agradable entre esos hombres? Sonriendo le contestó: la sinceridad.
 
Una meretriz se le acerca quejándose que la vida es un mal. La mira y no la vida, sino la mala vida.
 
Dejemos a Diógenes. Han pasado siglos de este coloquio. ¿Hemos cambiado? Si queremos podemos. Con sinceridad hacer un auto-análisis, corregirnos. De seguro menos tropezaremos. No tenemos el poder de la perfección, sí de mejorar en la búsqueda de la realización.
 
Los buenos hijos de Dios conjugan el presente del verbo poder. Hagámoslo y mantengamos la fe como León Tolstoi: no se vive sin la fe, la fe es el conocimiento del significado de la vida humana. Si el hombre vive es porque cree en algo.
 
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.

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