Quizás usted fue uno de los tantos niños que alguna vez, voluntariamente o por el deseo de sus padres de tener un Beethoven o un Mozart en la familia, asistió religiosamente a las clases de flauta dulce, piano, timbales, violín o percusión, aun sabiendo que había nacido sin la menor capacidad de distinguir un «re» de un «do», una corchea de una semicorchea.
Sepa usted que aquellas clases no fueron en vano y que hoy, aunque su mayor contacto con la música sea prender la radio, puede estar beneficiándose de aquellos años de horas eternas con la profesora de música y de breves pero dolorosas notas desafinadas.
Sepa que, según un estudio publicado en el Journal of Neuroscience, los niños que asistieron a clases de música se aseguran un mejor sistema auditivo como adultos.
Los autores de la investigación encontraron que los niños que tocaron un instrumento, aunque no haya sido durante toda su infancia, han desarrollado respuestas cerebrales a sonidos complejos.
Por ejemplo, si usted tiene la capacidad de seguir sin problemas una conversación en un ambiente muy ruidoso, sin perder el hilo de lo hablado ni permitiendo que nada lo distraiga, quizás se lo deba a aquella flauta dulce, cuya relación con sus dedos y su soplido fue más bien amarga.
Incluso habiendo estudiado durante un período de uno a cinco años, estos niños, hoy adultos, son mejores reconociendo diferentes frecuencias que aquellos que jamás entraron a una clase de música.
«Basados en lo que ya sabíamos de cómo la música ayuda a desarrollar el cerebro, el estudio sugiere que lecciones de música durante un periodo breve pueden beneficiar la forma que escuchamos y aprendemos para toda la vida», explicó la autora del estudio, Nina Krauss.
La frecuencia «fundamental»
Anteriores estudios habían concluido que la música podía ser buena para el cerebro, pero éste es el primer trabajo que sugiere que los efectos pueden ser muy prolongados, incluso cuando la gente dejó atrás el hobby.
«La forma en que percibimos el sonido actualmente está dictada por las experiencias con el sonido que hemos tenido hasta el presente», sostuvo Krauss.
«Inferimos que unos pocos años de lecciones de música incluso brindan ventajas al momento de percibir y atender sonidos en las comunicaciones cotidianas, incluso en restaurantes ruidosos», añadió.
El equipo midió las respuestas de 45 adultos a diferentes y complejos sonidos que variaban en intensidad, utilizando electrodos para medir la actividad cerebral.
Los adultos fueron separados según el tiempo que habían dedicado a clases de música cuando niños. Los tres grupos quedaron definidos en aquellos que jamás habían tomado lecciones, los que lo habían hecho entre uno y cinco años, y los que habían estado entre seis y 11 años en esta actividad.
La gente que había estudiado música, incluso por poco tiempo, ponía en juego un proceso neuronal más robusto a las diferentes pruebas.
Ellos eran particularmente efectivos en extraer la «frecuencia fundamental», la frecuencia más baja en el sonido, necesaria para escuchar música o palabras en ambientes muy ruidosos.
La profesora Krauss cree que su estudio puede ofrecer respuesta a una de las más frecuentes preguntas de los padres: «¿Se beneficiarán mis hijos de ir a clases de música, aunque sea por poco tiempo».
Pero para los progenitores que quieran un Beethoven o un Mozart en su familia, todavía no hay respuestas.
Aquellas clases de música para niños ¡sí sirvieron para algo!
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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