Las fechas traen a la memoria acontecimientos, onomásticos, efemérides en definitiva, que permiten recordar a quienes se han ido de este mundo dejando tras sí actos y hechos, a partir de los cuales no pueden morir sus improntas en la distancia de los tiempos.
Es el caso de Gregorio Luperón, nacido el 8 de septiembre de 1839, en la ciudad de Puerto Plata. Y no debe olvidarse jamás al joven que desde los 12 años estuvo dedicado al trabajo y sin condiciones económicas apenas, aprendía sentado en un banquito, observando desde la ventana de la humilde escuela las enseñanzas de esa maestra que abrió sus ojos a la lectura y al misterio de los libros.
Muchas páginas marca la historia, como esa en que fue designado general de brigada al estallar la Guerra Restauradora, cuando comandó las tropas que atacaron Santiago y fue tal su prestigio que resultó electo Presidente al instalarse el Gobierno Provisorio de la Restauración; aunque en un acto de desprendimiento renunció posteriormente.
A sus enfrentamientos militares a Santana en La Vega y Arroyo Bermejo y la participación en batallas y combates hay que sumar la solidaridad que tuvo Gregorio Luperón hacia los jefes militares independentistas cubanos perseguidos por España. Ni hablar de las acciones en Sabana del Vigía, Guanuma, Monte Plata, Bayaguna, Bermejo, Yerba Buena, Paso del Muerto y Río Yabacao, por solo nombrar algunas.
De su constante bregar con ética y valor ilimitado, con ese patriotismo que marca las épocas hay que hablar con la frente baja y el respeto máximo de Gregorio Luperón, ese dominicano, amigo de Hostos, con quien enarboló el ideal antillanista y proclamó el ideal de crear una República progresista e institucionalizada.
A quien cerró los ojos el 21 de mayo de 1897, tras expresar que “los hombres como él no podían morir acostados, falleció y fue enterrado en Puerto Plata”, su tierra natal, rendimos tributo hoy y siempre.
Gregorio Luperón
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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