El Lago Enriquillo, la mayor y más preciada reserva natural acuífera de República Dominicana, devino desde hace cinco años en un voraz invasor, paulatino, pero continuo, cuyas aguas desbordan sus cauces tradicionales e inundan cuantos poblados y tierras productivas encuentran a su paso.
Una de las comunidades más afectadas -tal vez la que más-, es Boca de Cachón, que no hace tanto quedaba a dos kilómetros de distancia del mismo edén de agua salada, que poco a poco sigue anegando y tragándose, literalmente, sus dominios territoriales.
Las aguas expansivas han anegado la agricultura de la zona, a tal punto que los ‘cachoneros’ subsisten y cada día dependen más “del motoconcho y la pesca informal de jaibas, que aparecen con un color raro, después que el lago creció e inundó parte de sus casas”, cuenta el fotorreportero Carlos Mejía.
El profesional recreó con su lente especializado la agobiante situación que se vive en esa olvidada comunidad del llamado Sur profundo dominicano, cuyos habitantes claman por un eficaz apoyo estatal que nunca llega.
Las ilustrativas fotos muestran la desesperanza en el rostro arrugado, por el paso del tiempo y tantas penurias de doña Adela Pérez, y también de los informales ‘pescadores de jaibas’ expuestos al exterminio de su único medio de vida.
La crecida del Lago Enriquillo se empezó a conocer en el 2007, tras el paso por territorio dominicano de las tormentas Olga y Noel, pero arreció con las lluvias que trajo el fenómeno Isaac, en agosto del 2012.
Desde un primer momento, el expresidente Leonel Fernández y muchos otros políticos prometieron soluciones por las que aún esperan en Boca de Cachón, pedacito de tierra de la provincia Independencia, donde se duerme ‘con un ojo abierto y otro cerrado’ ante el acecho de las aguas, otrora amigables, del caudaloso Lago Enriquillo.
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