Ya el Consejo Nacional para el Cambio Climático y la Plataforma de Sociedad Civil homónima se han referido muchas veces a los resultados de las Cumbres de Copenhague y otras más, dirigidas a pensar y destinar recursos a salvar la casa mayor donde habitamos todos y todas: el universo.
Claro que es grande la preocupación por la vulnerabilidad y pobreza, ante las cuales son pequeñas las medidas que demandan a los países de mayores emisiones de gases, los cuales deben realizar inversiones necesarias en pos del progreso de los más pobres.
Para nadie es un secreto que el cambio climático “es un fenómeno resultado de las actividades humanas que amenaza a toda la humanidad”, amén de que el universo se convulsione periódicamente por sí mismo, agredido, lo hace con mayor frecuencia y urge buscar soluciones inmediatas.
Mientras una parte de la ciencia intenta descubrir: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿qué otra vida existe en el universo”… etc., las esperanzas cifradas en citas como la de Copenhague y otras, provocan mayor escepticismo y sus fracasos profundizan el descontento y la falta de confianza.
La madre tierra sufre y cobra los desafueros. En 2010 se conmemoró el “Año Internacional de la Biodiversidad”, período en el cual debieron multiplicarse los objetivos para detener la pérdida de la diversidad y la extinción de especies. En 2011 hubo múltiples eventos más y 2012 siguió en la misma tesitura, pero sin muchos resultados.
Hora es ya de que se hable, no de nuevas cumbres, o de incipientes estrategias europeas, norteamericanas, asiáticas y en definitiva, mundiales. Se debe ir más allá de los debates sobre la situación real del cambio climático y la influencia de este sobre el ser humano. Se necesitan resultados, acciones contundentes e inmediatas, no tantas reuniones.
