El terremoto del 12 de enero de 2010, que azotó a Haití, con una intensidad de 7,3 grados en la escala abierta de Richter, parece lejano en la fecha y cercano en dolores y desesperanzas: hasta ahora el número de desplazados se ubica en unos 320 mil 50, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), lo cual representa- aseguran-, una reducción de 79% del total de millón y medio de personas que han malvivido así desde entonces.
Aunque la OIM precisa que de los 27 mil 230 haitianos que salieron de los campos de refugiados durante el primer trimestre de 2013, el 60% fue ayudado por el Gobierno, la situación general en que vive el vecino pueblo es realmente triste y preocupante, pues como indica la misma fuente: “ unas 21 mil 600 familias siguen en riesgo de ser desalojadas de esos sitios, donde son comunes la falta de higiene, el hacinamiento, la proliferación de enfermedades, la inseguridad y las violaciones físicas y sexuales”.
Ni hablar de las denuncias de niñas y niños prostituidos, la mayoría por apenas un poco de comida y agua; a todo lo cual se suman los abusos y comercio sexual de centenares de soldados, policías y empleados civiles alistados en distintos países, tal y como ha testimoniado la ONU en los últimos dos años.
De igual manera, los 1.600 militares y 1.700 policías integrantes de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití fueron denunciados por aprovecharse de la población local, amparados en su inmunidad y ante cuyos crímenes el propio organismo admite “poca efectividad de las tardías acciones realizadas para detener tal cadena de arbitrariedades”.
De manera que entre dolorosos y repugnantes momentos trascurren las existencias de quienes aun “arrastran sus cuerpos y almas las heridas” ante quienes aseguran que cumplen “misiones de paz”, mientras dejan “marcadas a fuego con sus crímenes de lesa humanidad”, una población que a estas alturas no se sabe cómo saldrá de tantas penurias…
Sin dejar de pensar en Haití
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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