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Oh, la Tierra

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Cuando la Carta de la Tierra fue redactada como declaración de principios enfocados hacia  la construcción de una sociedad global en el Siglo XXI, justa, sostenible y pacífica, sufrió muchos ires y venires, desde la década del 90 en que se intentó desarrollarla, hasta lograr su aprobación  en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro.
 
Pero, no fue hasta octubre de 2003, cuando la UNESCO resolvió «Reconocer que la Carta de la Tierra constituye una importante referencia ética para el desarrollo sostenible”, y manifestó su apoyo al contenido de dicha misiva histórica.
 
Se habla de su concepto  democrático, pues se asienta como un tercer pilar del desarrollo sostenible, junto a la Carta de las Naciones Unidas (que regula las relaciones entre estados) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (que reglamenta las relaciones entre estados e individuos), la Carta de la Tierra es un tercer documento esencial, destinado a pautar las relaciones entre los estados, los individuos y la naturaleza.
 
Este texto viene a cuento de la necesidad de enfrentar el panorama con el cual se inició el nuevo siglo XXI, catalogado como desolador debido a la complejidad de los problemas sociales, medio-ambientales, ecológicos y humanos; la dimensión de las pandemias y de los desastres naturales; la gran cantidad de conflictos bélicos que asolan a nuestros pueblos; la amenaza del terrorismo; la sensación creciente de inseguridad; las oleadas migratorias; entre otras.
 
La Naciones Unidas buscan el modo de provocar un cambio social de proporciones planetarias, una auténtica revolución, como ellos mismos la denominan, donde resulta imprescindible contar con quienes emiten los mensajes y conscientes receptores.
 
Dada las insuficiencias en la enseñanza nacional y los desniveles existente en la preparación de los estudiantes, la República Dominicana debe prestar particular atención a esta carta de la tierra, al cumplimiento de los objetivos del milenio, recordando que sin educación sería imposible promover ese gran cambio social al cual aspiramos en una interculturalidad que debe servirnos para salvarnos en todos los acápites posibles o, sencillamente, perecemos.

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