Miami.- De pronto, todo el mundo en Miami habla de baloncesto y lo hace con autoridad. No importa si alguien jamás miró por televisión un partido de la temporada regular o recién se enteró que el objetivo de este deporte es encestar la pelota en la canasta.
Es el tema de moda y aquel que no opine de baloncesto puede ser visto sospechosamente como un extraterrestre infiltrado entre las arenas de South Beach.
Los programas deportivos de la radio local se inundan de llamadas de los fanáticos, quienes aconsejan al coach Erik Spoelstra qué estrategia seguir para vencer a los San Antonio Spurs en la Final de la NBA.
Lebron James es la figura del momento y de seguro le ganaría una elección al mismísimo presidente Barak Obama.
No hay calle o avenida del condado Dade en la que no se vean autos con banderas del Miami Heat en sus ventanillas, mientras que las camisetas del equipo son la ropa de moda, más que cualquier traje o vestido de diseñador.
Por estos días, el área del sur de la Florida que abarca las ciudades de Miami, Hialeah, Miami Lakes, Homestead, Doral, entre otras, ha cambiado su nombre por condado Wade, por aquello del capitán del equipo, ese mismo que reapareció en toda su grandeza durante el séptimo partido ante los Indiana Pacers y envió al Heat a su tercera final consecutiva.
La gente está ávida de un nuevo triunfo y sólo el Heat se lo puede proporcionar.
Los Marlins no existen y los Dolphins llevan una sequía tan larga que sólo los más viejos recuerdan cuando ganaron por última vez en 1974.
Aquí no se admite otro resultado que la victoria total y absoluta, que los pronosticadores, a veces con argumentos tan cuestionables como los horóscopos de Walter Mercado, aseguran que será incluso por barrida.
Clasificar a la Final, que para muchos equipos sería ya un gran logro, no cuenta para los miamenses. Llegar y perder sería como nadar y morir en la orilla.
Cualquier ayuda es válida. Los santeros de Hialeah hacen trabajos que despejen el camino de Lebron, Wade y compañía, mientras que las beatas encienden velas y rezan en las iglesias, pidiendo por sus muchachos, de quienes hablan como si se trataran de parientes muy cercanos, parte de la familia.
Es la fiebre del Heat, que por estos días hace a la gente común olvidar los problemas de la vida cotidiana, los jefes gruñones, las bancarrotas y casas en peligro de ejecución hipotecaria.
Ya habrá tiempo de regresar a la realidad. Por ahora hay que disfrutar, sufrir, aplaudir, criticar y polemizar con esa pasión única que provoca el calor de Miami, donde en cada esquina la frase ¡Let´s go, Heat! resuena como grito de guerra.
