Con la parsimonia y determinación que caracteriza a los orientales, Mirra, nombre ficticio para preservar su identidad, narra que en el 2001, cuando decidió emigrar de su inolvidable China, estaba convencida de que tenía que hacerlo para encontrar un país donde las oportunidades de negocios fueran más favorables y productivas. Por eso no dudo un instante en elegir a la República Dominicana como su destino y lugar donde procrearía a su familia.
“No lloré, porque estaba convencida de que era lo más conveniente; además, en nuestra cultura, cuando se decide algo es porque una vez analizados todos los pro y los contra, está segura de que obtendrá más resultados positivos con el cambio que como estaba antes”.
Después de varios meses, Mirra instaló su tienda de ropa en el Barrio Chino. También tiene dos hijos: una adolescente de 11 años y un bebé de 8 meses. No ha vuelto a su patria, pero confiesa que aquí se siente muy bien.
Al igual que Mirra, miles de compatriotas han decidido salir de su tierra en busca de un mejor futuro, éxodo que data desde el siglo XIX, cuando la expansión capitalista demandó mano de obra barata, producto de la situación explosiva y de miseria de la época.
Como todo inmigrante su utopía vital era volver al país natal. Pero la lejanía, el alto costo de los viajes y el régimen semiesclavista de contratación hicieron del regreso un imposible. Sin embargo, y pese a los maltratos y exclusiones, el aporte de los chinos a la vida económica y social en América es rico y variado.
Dicha comunidad, en cualquier lugar del globo terráqueo hasta donde llegó su peregrinación, se destacó por la tenacidad, hospitalidad, austeridad y moderación en sus maneras de relacionarse con quienes le acogieron. Es una constante que se repite, la prosperidad de sus pequeños negocios devienen más tarde empresas familiares de largo aliento, ya sean industriales, agrícolas o comerciales.
El sociólogo Arturo Bueno los describe: » El chino es sumamente trabajador, honrado, cauteloso, inteligente y previsor. En comida no tiene límite; en cambio no aporta nada para el ornato de la ciudad donde vive; no es festivo; no asiste a los teatros, ni a las galleras, ni a las iglesias, parques, conciertos, bailes, hipódromos, juegos de pelota, reuniones políticas, conferencias, entierros ni procesiones; no celebra matrimonios ni bautizos y todo aquello que expansiona el espíritu para ellos es letra muerta. En cambio, siempre tiene en cuenta si alguien le hace un mal o un bien: en cualquiera de los dos casos tiene más tarde su castigo o su recompensa”.
República Dominicana
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX se inicia el flujo de inmigrantes de la República Popular China hacia la República Dominicana, principalmente de la aldea Ping An, al norte de la provincia de Guangxi. Actualmente, los descendientes se han integrado a la sociedad como destacados profesionales y comerciantes en diferentes áreas.
Estos emigrantes decidieron organizarse para apoyarse mutuamente, con ese fin crearon asociaciones y el Centro de la Colonia China, incorporada por el Poder Ejecutivo mediante Decreto No. 3110, del 18 de enero de 1973, aunque los estatutos fueron aprobados en Asamblea, celebrada el 23 de febrero de 1968.
Su comunidad representa una de las migraciones más importantes en calidad que tiene la nación dominicana y a diferencia de otras poblaciones no son una carga para el país, ni un problema social, porque raras veces se le ha visto mendigando, robando o cometiendo cualquier delito. Esa ejemplar sociedad de asiáticos está distribuida en todo el territorio nacional, en la cual sobresale la del Distrito Nacional y Santo Domingo, Santiago, San Francisco de Macorís, San Pedro de Macorís, San Cristóbal, Azua, Bani, Bonao, La Vega, Higüey y La Romana.
Comercio
El impacto económico y cultural de la colonia china ha sido tal, que uno de los negocios que más crecimiento ha tenido en los últimos años son los popularmente conocidos “pica pollos orientales”, una especie de restaurantes de comidas rápidas.
El desarrollo de esta modalidad desplazó a otras cadenas de restaurantes internacionales de renombre, debido al alto costo de los platos de aquellos, mientras que estos se adaptaron al presupuesto de la población y establecieron precios asequibles.
En el Distrito Nacional se contabilizan más de 700 restaurantes que ofrecen este menú, de los cuales 3 de cada 5 son propiedad de los asiáticos.
Asimismo, en Santiago existen 30 negocios de este tipo; en Baní, 21; en La Romana, 16; cinco en Barahona; seis en Moca y una cantidad similar en San Francisco de Macorís.
Uno de los cambios que estos naturales han ocasionado en el mercado ha sido el de llegar hasta residenciales donde habitan personas con ingresos medios, altos y se han colocado en las principales plazas comerciales.
Además, existen franquicias fundadas por dominico-chinos como es el caso de Expreso Jade, Palacio de Jade y Wok Chinese Bistro. También son los primeros en el negocio de moteles, los cuales con el tiempo se convirtieron en cabañas; de igual forma han incorporado los salones de uñas e importadoras de ropas, entre otros.
Pero, no paran ahí; al contrario, su influencia sigue creciendo a tal punto que uno de los más importantes centros de intercambio comercial para la ciudad de Santo Domingo, lo constituye el Barrio Chino, inaugurado en el 2008. Se presume que el nivel de transacciones es alto por la cantidad de furgones que se descargan en la zona, unos 25 por mes.
En esta comunidad hay 15 restaurantes, 2 salones de belleza, 4 relojerías, 2 hoteles, una mueblería, un centro fotográfico, 2 agencias de viaje, una de representación de comunicaciones, una financiera, 55 asociaciones que incluyen el Centro de la Colonia China y la Fundación Flor para Todos, 4 supermercados que abastecen con mercancías que importan directamente desde la República Popular China a todos los negocios de esa nación.
El Barrio Chino también aporta al desarrollo turístico de la ciudad de Santo Domingo, tanto de origen nacional como internacional, al atraer entre 3,000 a 5,000 visitas diarias.
Asimismo, han sido pieza clave en expandir los vínculos comerciales entre ambas naciones.
Según representantes de la oficina comercial, los dominicanos importan y consumen cada vez más productos chinos. En el 2008, las importaciones sumaron US$650 millones. Sin embargo, el intercambio asciende a US$800 millones cuando se toman en cuenta las exportaciones dominicanas hacia ese Estado, valoradas en US$150 millones.
Cultura
La influencia de la tierra de los “coloridos dragones” en Quisqueya se siente en la cultura popular. Se dice que en la Era de Trujillo, en Bonao, unos chinos tenían un restaurante. En la época se tomaba hasta más de tres horas viajar desde Santo Domingo a Santiago de los Caballeros, lo que hacía obligatorio detenerse en el parador, aunque fuera para estirar las piernas.
Cuentan que altos funcionarios del régimen trujillista solían hacer eso cada vez que viajaban y mientras se relajaban y comían, hablaban de proyectos confidenciales que sólo el gabinete estaba autorizado a saber, pero en realidad los chinos también tenían acceso a esa información, pues las conversaciones se hacían sin mucho cuidado, lo que facilitaba que se enteraran de los planes del gobierno mucho antes que la población, Tras esos acontecimientos surge el famoso dicho: “eso lo saben hasta los chinos de Bonao”.
En la clase alta dominicana es muy común disfrutar de las tardes de té, lo cual es parte de la cultura china, adoptada aquí. Esta y otras actividades han sido heredadas por quienes han expandido su cultura por toda América Latina y el mundo.
Cultura china se impone en RD
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